domingo, 30 de junio de 2013

Capítulo 105.

¡Oh! Vacilante tiro para abrir el cajón, sin apartar mis ojos de su rostro hermoso, pero más bien petulante. En el interior hay una gran variedad de artículos de metal y algunos ganchos para tender ropa. ¡Pinzas de ropa! Cojo un dispositivo grande de metal como un clip.

—Pinza genital —dice Zayn.

Se levanta y se mueve casualmente alrededor así que está a mi lado. Lo regreso inmediatamente y elijo algo más delicado, dos pequeños clips en una cadena.

—Algunos de estos son para el dolor, pero la mayoría son para el placer —murmura.

—¿Qué es esto?

—Pinzas para pezones; eso es para ambos.

—¿Para ambos? ¿Pezones?

Zayn me sonríe.

—Bueno, hay dos pinzas, nena. Sí, ambos pezones, pero eso no es lo que quise decir. Estos son para ambos, placer y dolor.

Oh. Él me la quita.

—Extiende tu dedo meñique.

Hago lo que él pide, y sujeta un clip a la punta de mi dedo. No es demasiado duro.

—La sensación es muy intensa, pero es cuando las quitamos que ellas son más dolorosas y placenteras. —Me retiro la pinza. Hmm, eso podría ser bueno. Me retuerzo ante el pensamiento.

—Me gusta el aspecto de estas —murmuro y Zayn sonríe.

—¿Qué ahora, señorita Steele? Creo que puedo decirlo.

Asiento con la cabeza tímidamente, mordiéndome el labio. Él llega y sube mi barbilla, así que libero mi labio inferior.

—Sabes lo que eso me hace —murmura.

Pongo las pinzas en el cajón, y Zayn se inclina hacia adelante y saca dos más.

—Estas son ajustables. —Él las sostiene para que las inspeccione.

—¿Ajustable?

—Puedes usarlas muy apretadas… o no. Dependiendo de tu estado de ánimo.

¿Cómo hace que suene tan erótico? Trago, y para desviar su atención, saco un dispositivo que se parece a un cortador de pasta con puntas.

—¿Esto? —Frunzo el ceño. Nada de hornear en la sala de juegos, sin duda.

—Eso es una rueda de Wartenberg.

—¿Para?

Él se acerca y lo toma.

—Dame tu mano. Palma hacia arriba.

Le ofrezco mi mano izquierda y la toma con suavidad, deslizando su pulgar sobre mis nudillos. Un escalofrío me recorre. Su piel contra la mía, nunca deja de emocionarme. Corre la rueda por encima de mi palma.

—¡Ah! —Los dientes muerden mi piel, hay más que sólo dolor. De hecho, cosquillea ligeramente.

—Imagina eso sobre tus pechos —murmura Zayn lascivamente.

¡Oh! Me ruborizo y jalo mi mano. Mi respiración y corazón aumentando la frecuencia. Santo cielo.

—Hay una línea delgada entre el placer y el dolor, Anastasia —dice en voz baja mientras se inclina y coloca el dispositivo en el cajón.

—¿Pinzas de ropa? —susurro.

—Puedo hacer mucho con pinzas de ropa. — Sus ojos mieles queman.

Me apoyo contra el cajón por lo que se cierra.

—¿Eso es todo? —Zayn se ve divertido.

—No… —Abro el cuarto cajón para ser confundida por una masa de cuero y correas. Tiro de una de las correas... parece estar unida a una pelota.

—Mordaza de bola. Te mantiene callada —dice Zayn, divertido una vez más.

—Límite suave —murmuro.

—Lo recuerdo —dijo— Pero todavía puedes respirar. Tus dientes se sujetan sobre la pelota.

Tomándola, él imitó una boca sujetando la pelota con sus dedos.

—¿Has usado una de estas? —pregunto.

Él se pone rígido y mira hacia mí.

—Sí.

—¿Para ocultar tus gritos?

Cierra sus ojos, y yo creo que es en exasperación.

—No, eso no es para lo que son.

¿Oh?

—Se trata de control, Anastasia. ¿Cuán impotente te sentirías tú si estuvieras atada y no pudieras hablar? ¿Qué confiada tendrías que estar, sabiendo que yo tengo tanto poder sobre ti? ¿Que yo tengo que leer tu cuerpo y tu reacción, en lugar de escuchar tus palabras? Te hace más dependiente, me pone en el control final.

Yo trago.

—Suenas como si lo extrañaras.

—Es lo que yo sé —murmura, mirándome. Sus ojos mieles están muy abiertos y serios, y el ambiente entre nosotros ha cambiado como si él estuviera en el confesionario.

—Tú tienes poder sobre mí. Sabes que sí —le susurro.

—¿Sí? Tú me haces sentir... indefenso.

—¡No! —Oh Cincuenta...— ¿Por qué?

—Porque eres la única persona que conozco que realmente podría hacerme daño.

Él me alcanza y mete mi cabello detrás de la oreja.

—Oh, Zayn... eso funciona en ambos sentidos. Si no me quisieras…

Me estremezco, mirando hacia abajo a mis dedos retorcidos. Allí yace mi otra oscura duda acerca de nosotros. Si él no estuviera tan... roto, ¿él me querría? Niego con la cabeza. Tengo que tratar de no pensar así.

—Lo último que quiero hacer es hacerte daño. Te amo —murmuro, llegando a pasar mis dedos por su patilla y frotar suavemente la mejilla. Él inclina su cara hacia mi toque, deja caer la mordaza de regreso en el cajón, y llega hasta mí, sus manos alrededor de mi cintura. Me tira contra él.

—¿Hemos terminado de mostrar y hablar? —pregunta, su voz suave y seductora.

Su mano se mueve hacia arriba de mi espalda a la nuca.

—¿Por qué? ¿Qué querías hacer?

Él se inclina y me besa suavemente, y me derrito contra él, sujetando sus brazos.

—Anastasia, casi fuiste atacada hoy. —Su voz es suave pero helada y cautelosa.

—¿Y? —pregunto, disfrutando de la sensación de su mano en mi espalda y su proximidad. Empuja su cabeza hacia atrás y frunce el ceño hacia mí.

—¿Qué quieres decir con “Y”? —reprende.

Miro a su encantadora y mal humorada cara, y yo estoy deslumbrada.

—Zayn, estoy bien.

Él me envuelve en sus brazos, sosteniéndome cerca.

—Cuando pienso en lo que podría haber sucedido… —Respira, enterrando su cara en mi cabello.

—¿Cuándo aprenderás que soy más fuerte de lo que me veo? —susurro tranquilizadoramente en su cuello, inhalando su aroma delicioso. No hay nada mejor en el planeta que estar en los brazos de Zayn.

—Sé que eres fuerte —reflexiona Zayn en voz baja. Besa mi cabello, y luego para mi gran decepción, me libera.

Agachándome pesco otro artículo del cajón abierto. Varias esposas unidas a una barra. Lo sostengo.

—Eso —dice Zayn, sus ojos oscureciéndose—, es una barra de separación con restricciones de tobillo y muñeca.

—¿Cómo funciona? —pregunto, realmente intrigada. Mi Diosa interior asoma la cabeza fuera de su búnker.

—¿Quieres que te enseñe? —jadea sorprendido, cerrando los ojos brevemente.

Parpadeo hacia él. Cuando abre los ojos, ellos están brillando.
Oh dios…

—Sí, quiero una demostración. Me gusta ser atada —susurro mientras mi Diosa interior da un salto desde el búnker hacia su chaise longue.

—Oh, Anastasia —murmura él. De repente, se ve afligido.

—¿Qué?

—No aquí.

—¿Qué quieres decir?

—Yo te quiero en mi cama, no aquí. Ven.

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