miércoles, 19 de junio de 2013

Capítulo 8.

Me conduce dentro de un pequeño e íntimo restaurante.

—Este lugar tendrá que hacerlo —gruñe Zayn—. No tenemos mucho tiempo.

El restaurante se veía bien para mí. Sillas de madera, manteles de lino y paredes del mismo color que el cuarto de juegos de Zayn —profundo rojo sangre— con pequeños espejos dorados colocados al azar, con velas y pequeños floreros con rosas blancas.
Ella Fitzgerald canturrea de fondo What is this thing called love? Es muy romántico.

El camarero nos lleva a una mesa para dos en un pequeño hueco y me siento aprensiva, preguntándome qué va a decir.

—No nos quedaremos mucho tiempo —le dice Zayn al camarero mientras se sienta—, asi que los dos tomaremos un bistec de solomillo al punto, con salsa bearnesa si tiene, patatas fritas y verduras, cualquiera que tenga el chef; y tráigame la lista de vinos.

—Por supuesto, señor. —El camarero, tomado por sorpresa por la frescura de Zayn y su calma eficiente, se marcha. Zayn coloca su BlackBerry en la mesa. Jesús, ¿es que no puedo escoger?

—¿Y si no quiero bistec?

Suspira.

—No empieces, Anastasia.

—No soy una niña, Zayn.

—Bien, deja de actuar como una.

Es como si me hubiera abofeteado. Parpadeo hacia él. Así es como va a ser, una conversación agitada y tensa, aún en un entorno muy romántico pero ciertamente sin corazones y flores.

—¿Soy una niña porque no me gusta el bistec? —murmuro, tratando de ocultar mi dolor.

—Por ponerme celoso aposta. Es una cosa infantil para hacer. ¿No tienes respeto por los sentimientos de tu amigo, llevándolo a eso? —Zayn presiona sus labios en una delgada línea y frunce el ceño mientras el camarero regresa con la lista de vinos.

Me sonrojo. No había pensado en eso. Pobre Justin. Ciertamente no quiero darle esperanzas.

Repentinamente, estoy mortificada. Zayn tiene razon; fue una cosa que hice sin pensar. Le echa una mirada a la lista de vinos.

—¿Te gustaría elegir el vino? —pregunta levantando las cejas hacia mí, expectante, la arrogancia personificada. Sabe que no sé nada acerca de vinos.

—Tú eliges —respondo, hosca pero con disciplina.

—Dos copas de Barossa Valley Shiraz, por favor.

—Eh… sólo vendemos ese vino por botella, señor.

—Una botella entonces —chasquea Zayn.

—Señor. —El camarero se retira sometido y no le culpo por ello. Le frunzo el ceño a Cincuenta. ¿Qué le carcome? Oh, probablemente yo y en algún lugar en lo profundo de mi mente, mi Diosa interior se levanta soñolienta, se estira y sonríe. Ha estado durmiendo bastante.

—Eres muy gruñón.

Me mira impasiblemente.

—¿Me pregunto por qué es eso?

—Bien, es bueno establecer el tono adecuado para una animada y honesta discusión sobre el futuro, ¿no dirías eso? —Le sonrío dulcemente.

Su boca se presiona en una dura línea, pero entonces casi a regañadientes, sus labios se levantan y sé que está tratando de reprimir su sonrisa.

—Lo siento —dice.

—Disculpa aceptada. Y estoy encantada de informarte que no he decidido convertirme en vegetariana desde la última vez que comimos.

—Desde la última vez que comiste. Creo que ese es un punto discutible.

—Ahí está esa palabra de nuevo, discutible.

—Discutible —pronuncia y sus ojos se suavizan con humor. Pasa su mano a través de su cabello y está serio nuevamente—Anastasia, la última vez que hablamos, me dejaste. Estoy un poco nervioso. Te lo dije, te quiero de vuelta, y tú has dicho…nada. —Su mirada es intensa y expectante. Mientras que su candor es totalmente desarmante. ¿Qué demonios debo decir a eso?

—Te he extrañado… realmente te he extrañado, Zayn, estos últimos días han sido… difíciles. —Trago, y el nudo en mi garganta se inflama y recuerdo mi desesperada angustia desde que lo dejé.

La semana pasada ha sido la peor de mi vida, el dolor ha sido indescriptible. Nada se le ha acercado. Pero la realidad me golpea de vuelta, arrollándome.

—Nada ha cambiado. No puedo ser lo que quieres que sea —digo las palabras pasando del nudo en mi garganta.

—Eres lo que quiero que seas —dice, su voz es suave y enfática.

—No, Zayn, no lo soy.

—Estás alterada por lo que pasó la última vez. Estaba siendo un hijo de puta, y tú…Entonces tú. ¿Por qué no dijiste la palabra de seguridad, Anastasia? – Su tono cambia, volviéndose acusatorio.

¿Qué? Wow, cambio de dirección. Me sonrojo, parpadeando hacia él.

—Respóndeme.

—No lo sé. Estaba abrumada. Estaba tratando de ser lo que necesitas que sea, tratando se sobrellevar el dolor y se fue de mi mente. Tu sabes… lo olvidé — susurro avergonzada, y me encojo de hombros disculpándome.

Dios, quizás podríamos haber evitado todo este dolor.

—¡Lo olvidaste! —Jadea con horror, agarrando los lados de la mesa y mirándome fijamente.

Me marchito bajo su mirada fija.

¡Mierda! Está furioso otra vez. Mi Diosa interior me mira fijamente también. ¡Ves, tú trajiste todo esto sobre ti!

—¿Cómo puedo confiar en ti? —dice, su voz baja—.¿Podré confiar alguna vez?

El mesero llega con nuestro vino y nos sentamos mirándonos fijamente el uno al otro, ojos azules a mieles. Ambos llenos de recriminaciones no pronunciadas mientras el mesero quita el corcho con una innecesaria floritura y pone un poco de vino en la copa de Zayn. Automáticamente Zaynn se extiende y toma un sorbo.

—Está bien —su voz es cortante.

Con cuidado el camarero llena nuestras copas, colocando la botella sobre la mesa antes de irse en una rápida retirada. Zayn no quita sus ojos de mí en todo el tiempo. Soy la primera en quebrarse, rompiendo el contacto visual, levantando mi copa y tomando un largo trago. Apenas lo saboreo.

—Disculpa —susurro, repentinamente sintiéndome idiota.

Lo dejé porque pensé que éramos incompatibles, ¿pero él me está diciendo que podría haberlo detenido?

—¿Disculpa por qué? —dice alarmado.

—Por no usar la palabra de seguridad.

Cierra los ojos como aliviado.

—Podríamos haber evitado todo este sufrimiento —murmura.

—Luces bien. —Más que bien. Te ves como tú mismo.

—Las apariencias pueden engañar —dice tranquilamente— Estoy cualquier cosa menos bien. Me siento como si el sol se hubiera puesto y no hubiera amanecido por cinco días, Anastasia. Estoy en perpetua noche aquí.

Estoy sin aliento por su reconocimiento. Oh Dios, igual que yo.

—Dijiste que nunca me dejarías, entonces las cosas se ponen difíciles y sales por la puerta.

—¿Cuándo dije que nunca te dejaría?

—En tus sueños. Fue la cosa más confortante que he oído en mucho tiempo, Anastasia. Me hizo relajarme.

Mi corazón se contrae y me estiro por mi vino.

No hay comentarios:

Publicar un comentario