sábado, 29 de junio de 2013

Capítulo 84.

Santa Mierda.

Ella está aquí, mirándome con una desconcertante mirada vacía, sosteniendo un arma. Mi subconsciente se desvanece en un desmayo, y no creo que ni siquiera las sales aromáticas la traerán de vuelta.
Parpadeo repetidamente a Leila mientras mi mente se va a la deriva. ¿Cómo entró? ¿En dónde está Ethan? ¡Mierda! ¿En dónde está Ethan?

Un progresivo y frío miedo toma mi corazón, y mi cuero cabelludo pica cuando cada uno de los folículos en mi cabeza se aprieta con terror. ¿Qué si ella lo ha lastimado? Empiezo a respirar rápidamente mientras la adrenalina y el miedo adormecedor de huesos atraviesan mi cuerpo. Mantén la calma, mantén la calma, repito el mantra una y otra vez en mi cabeza.

Ella inclina la cabeza a un lado, mirándome como si fuera una exhibición en un espectáculo de fenómenos. Caray, no soy el puto raro aquí.
Se siente como que ha pasado un neón mientras proceso todo esto, aunque en realidad sólo ha sido una fracción de segundo. La expresión de Leila permanece vacía, y su apariencia es tan desliñada y enfermiza como nunca. Todavía está usando aquel abrigo sucio, y parece desesperadamente necesitar un baño. Su cabello está grasoso y lacio, aplastado contra su cabeza, y sus ojos son de un pálido marrón, nublado, y luce vagamente confundida.

A pesar del hecho de que mi boca no tiene humedad en ella en absoluto, hago el intento de hablar.

—Hola. Leila, ¿no? —digo ásperamente. Ella sonríe, pero es un perturbador curvar de su labio en lugar de una verdadera sonrisa.

—Ella habla —susurra, y su voz es suave y ronca a la vez, un inquietante sonido.

—Sí, hablo —digo gentilmente como si estuviera hablando con una niña—. ¿Estás aquí sola? ¿En dónde está Ethan? —Mi corazón golpetea con el pensamiento de que él podría estar herido.

Su rostro cae, tanto que pienso que está a punto de romper en llanto, se ve tan triste.

—Sola —susurra—. Sola.

Y la profundidad de la tristeza en aquella palabra es descorazonadora. ¿De qué habla? ¿Estoy sola? ¿Ella está sola? ¿Está sola porque hirió a Ethan? Oh…. no… tengo que luchar con el asfixiante miedo que se arrastra por mi garganta mientras las lágrimas amenazan con salir.

—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Puedo ayudarte?

Mis palabras son calmadas, una gentil pregunta a pesar del sofocante miedo en mi garganta. Su ceño se frunce como si estuviera completamente aturdida por mis preguntas. Pero no hace ningún movimiento violento en mi contra. Su mano todavía está relajada alrededor de su arma. Tomo una táctica distinta, intentando ignorar mi apretado cuero cabelludo.

—¿Te gustaría algo de té?

¿Por qué le estoy preguntando si quiere té? Es la respuesta de Ray a una situación emocional, subiendo a la superficie de manera inapropiada. Jesús, tendría un ataque si me viera justo en este minuto. Su entrenamiento del ejército habría entrado en acción, y habría desarmado a la chica para este momento. Ella en realidad no está apuntándome. Tal vez pueda moverme. Ella sacude la cabeza y la inclina de lado a lado como estirando el cuello.

Tomo una profunda y preciosa bocanada de aire, tratando de calmar mi respiración asustada, y me muevo hacia la isleta de la cocina. Ella frunce el ceño como si no pudiera entender completamente qué estoy haciendo y se mueve un poco de modo que todavía está frente a mí. Alcanzo la tetera y con una temblorosa mano la lleno con el agua del grifo. Mientras me muevo, mi respiración se equilibra. Sí, si ella me quisiera muerta, seguramente me habría disparado ya. Me observa con una ausente y perpleja curiosidad. Mientras enciendo la tetera, soy asediada por el pensamiento de Ethan. ¿Está herido? ¿Atado?

—¿Hay alguien más en el apartamento? —pregunto tentativamente.

Ella inclina su cabeza al otro lado, y con su mano derecha, la mano que no sostiene el revólver, agarra una hebra de su largo y grasoso cabello y empieza a enrollarlo y desenrollarlo, tirando y retorciéndolo. Obviamente es un hábito nervioso, y mientras que estoy distraída por esto, soy golpeada una vez más por lo mucho que se parece a mí. Sostengo la respiración, esperando su respuesta, la ansiedad llegando a un punto casi insoportable.

—Sola. Completamente sola —murmura.

Encuentro esto reconfortante. Quizá Ethan no está aquí. El alivio me da poder.

—¿Estás segura de que no quieres té o café?

—No tengo sed —responde suavemente, y da un cauteloso paso hacia mí.

Mi sentimiento de empoderamiento se evapora. ¡Mierda! Empiezo a jadear con miedo una vez más, sintiéndolo surgir grueso y áspero a través de mis venas. A pesar de esto y sintiéndome más que valiente, me doy la vuelta y extraigo un par de tazas del aparador.

—¿Qué tienes tú que no tenga yo? —pregunta, su voz asumiendo la entonación cantarina de una niña.

—¿A qué te refieres, Leila? —pregunto tan gentilmente como puedo.

—El Amo… el Sr. Malik… te deja llamarlo por su nombre de pila.

—No soy su sumisa, Leila. Eh… el Amo entiende que soy incapaz e inadecuada para llenar ese papel.

Inclina la cabeza al otro lado. Es completamente desconcertante e innatural como un gesto.

—I-na-de-cua-da. —Prueba la palabra, sondeándola, viendo cómo se siente en su lengua—Pero el Amo está feliz. Lo he visto. Se ríe y sonríe. Estas reacciones son raras… muy raras para él.

Oh.

—Te ves como yo. —Leila cambia de táctica, sorprendiéndome, sus ojos parecen enfocarse apropiadamente en mí por primera vez—Al Amo le gustan las obedientes que lucen como tú y yo. Las otras, todas las mismas…. las mismas… y aun así, tú duermes en su cama. Te vi.

¡Mierda! Ella estaba en la habitación. No me lo imaginé.

—¿Me viste en su cama? —susurro.

—Nunca dormí en la cama del Amo —murmura.

Ella es como un caído espectroetéreo. Media persona. Se ve tan ligera, y a pesar del hecho que está sosteniendo un arma, repentinamente me siento llena de simpatía por ella. Sus manos se flexionan alrededor del arma, y mis ojos se amplían, amenazando con salirse de mi cabeza.

—¿Por qué al Amo le gustan como nosotras? Me hace pensar en algo… algo… el Amo es oscuro… el Amo es un oscuro hombre, pero lo amo.

No, no, no lo es. Me erizo internamente. Él no es oscuro. Es un buen hombre, y no está en la oscuridad. Se me ha unido en la luz. Y ahora ella está aquí, intentando arrastrarlo de vuelta con alguna retorcida idea de que lo ama.

—Leila, ¿quieres darme el arma? —pregunto suavemente. Su mano la sostiene apretadamente, y ella la abraza contra su pecho.

—Es mía. Es todo lo que me queda. —Gentilmente acaricia el arma—Así ella puede unirse a su amor.

¡Mierda! ¿Cuál amor… Zayn? Es como si me hubiera pegado en el estómago.

Sé que él estará aquí en cualquier momento para descubrir qué está retrasándome.

¿Ella quiere dispararle? El pensamiento es tan horroroso, que siento mi garganta arder y doler cuando un enorme nudo se forma allí, casi estrangulándome, emparejándose con el miedo que se ha formado fuertemente en mi estómago.

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