jueves, 20 de junio de 2013

Capítulo 23.

—No tendría que ver conmigo, pero lo tiene. Me encontró y me abordó fuera de mi oficina. ¿Qué sabe acerca de mí? ¿Cómo sabe dónde trabajo? Creo que tengo derecho a saber qué pasa.

Pasa su mano a través de su cabello otra vez, radiando frustración como si librara una batalla interna.

—¿Por favor? —pregunto suavemente.

Su boca se presiona en una dura línea, y rueda sus ojos hacia mí.

—Está bien —dice, resignado— No tengo idea de cómo te encontró. Quizás nuestra fotografía en Portland, no lo sé. —Suspira otra vez, y siento su frustración dirigirse a sí mismo.

Espero pacientemente, vertiendo agua hirviendo mientras se pasea de aquí para allá. Después de un latido, continúa.

—Cuándo estaba contigo en Georgia, Leila regresó a mi apartamento sin anunciarse e hizo una escena delante de Gail.

—¿Gail?

—La Sra. Jones.

—¿A qué te refieres con “hacer una escena”?

Me mira, evaluando.

—Dime. Estás ocultando algo. —Mi tono es más forzado de lo que siento.

Me mira, sorprendido.

—Anastasia, yo… —Se detiene.

—¿Por favor?

Suspira resignado.

—Hizo un torpe intento de cortarse las venas.

—¡Oh no! —Eso explica el vendaje en su muñeca.

—Gail la llevó al hospital. Pero Leila se dio de alta a sí misma antes de que pudiera llegar ahí.

Mierda. ¿Qué significa esto? ¿Suicidio? ¿Por qué?

—El psiquiatra que la vio lo llamó un típico grito de ayuda. No creía que realmente fuera una situación de riesgo. A un paso de ideas suicidas, lo llamó. Pero yo no estaba convencido. He estado tratando de hacerle un seguimiento desde entonces para ayudarla.

—¿Le dijo algo a la Sra. Jones?

Me mira. Se ve realmente incómodo.

—No mucho —dice eventualmente, pero sé que no me está diciendo todo.

Me distraigo a mí misma vertiendo el té en las tazas. Entonces Leila quiere regresar a la vida de Zayn ¿y elige un atentado suicida para atraer su atención? Santo cielo… resulta aterrador. Pero efectivo. ¿Zayn se va de Georgia para estar a su lado, pero ella desaparece antes de que él llegue? Qué extraño…

—¿No puedes encontrarla? ¿Qué hay de su familia?

—No saben dónde está. Ni siquiera su esposo.

—¿Esposo?

—Sí —dice directamente—. Ha estado casada cerca de dos años.

—¿Entonces estuvo contigo mientras estaba casada?

Dios. Realmente no tiene límites.

—¡No! Por Dios, no. Estuvo conmigo hace cerca de tres años. Entonces ella se fue y se casó con este chico poco después.

—Oh. Entonces, ¿por qué está tratando de llamar tu atención ahora?

Sacude su cabeza tristemente.

—No lo sé. Todo lo que hemos conseguido averiguar es que ella huyó de su esposo hace cerca de cuatro meses.

—Vamos a ver si lo entiendo. ¿No ha sido tu sumisa por tres años?

—Cerca de dos años y medio.

—Y ella quería más.

—Sí.

—¿Pero tú no?

—Eso ya lo sabes.

—Entonces te dejó.

—Sí.

—Pero, ¿por qué viene a ti ahora?

—No lo sé. —Y su tono de voz me dice que tiene por lo menos una teoría.

—Pero sospechas…

Estrecha los ojos perceptiblemente con ira.

—Sospecho que tiene algo que ver contigo.

¿Conmigo? ¿Qué podría querer conmigo? “¿Qué es lo que tienes que yo no?” Miro a cincuenta, magníficamente desnudo de cintura para arriba. Lo tengo a él; es mío. Eso es lo que tengo, y sin embargo se parece a mí: El mismo cabello oscuro y piel pálida. Frunzo el ceño ante el pensamiento. Sí… ¿Qué tengo que ella no tiene?

—¿Por qué no me lo dijiste ayer? —pregunta suavemente.

—Me olvidé de ella. —Me encojo de hombros en tono de disculpa—. Ya sabes, las bebidas después del trabajo, el final de mi primera semana. Tú viniendo al bar y tu… fiebre de testosterona con Jack, y entonces cuando llegamos aquí. Se me fue de la cabeza. Tienes el hábito de hacerme olvidar las cosas.

—¿Fiebre de testosterona? —Sus labios se curvan.

—Sí. El concurso de meadas.

—Ya te mostraré yo lo que es una fiebre de testosterona.

—¿No preferirías tomar una taza de té?

—No, Anastasia, no lo preferiría.

Sus ojos queman hacia mí, abrasándome con su mirada de “Te quiero y te quiero ahora”. Joder… es tan caliente.

—Olvídate de ella. Vamos. —Me ofrece su mano.

Mi Diosa interior hace tres vueltas para atrás sobre el piso de gimnasia mientras tomo su mano.


Me despierto. Demasiado caliente, y estoy envuelta en un desnudo Zayn Malik.
A pesar de que está dormido, me sostiene cerca. La suave luz de la mañana se filtra a través de las cortinas. Mi cabeza está sobre su pecho, mi pierna enredada con las suyas, mi brazo sobre su estómago.

Levanto la cabeza ligeramente, con miedo de poder despertarlo. Se ve tan joven, tan relajado en su sueño, tan absolutamente hermoso. Aún no puedo creer que este Adonis sea mío, todo mío.

Mmm… Estirándome, tentativamente acaricio su pecho, corriendo las yemas de mis dedos a través de su vello, y no se mueve. ¡Santo cielo! Simplemente no puedo creerlo. Realmente es mío; por unos preciosos momentos más. Me inclino y tiernamente beso una de sus cicatrices. Gime suavemente pero no se levanta, y sonríe. Beso otra y sus ojos se abren.

—Hola. —Le sonrío, con culpa.

—Hola —responde con cautela—. ¿Qué haces?

—Mirándote. —Deslizo los dedos siguiendo el rastro hasta su vello púbico. Captura mi mano, entrecerrando los ojos, entonces sonríe con una brillante sonrisa de “Zayn relajado” y me relajo. Mis caricias secretas siguen siendo secretas.

Oh… ¿por qué no dejas que te toque?

Repentinamente se mueve sobre mí, presionándome contra el colchón, sus manos sobre las mías, avisándome. Acaricia su nariz con la mía.

—Me parece que ha estado haciendo algo malo, señorita Steele —me acusa, pero su sonrisa permanece.

—Me gusta hacer cosas malas cuando estoy contigo.

—¿Te gusta? —Pregunta y me besa ligeramente en los labio— ¿Sexo o desayuno?—pregunta, sus ojos oscuros pero llenos de humor.

Su erección enterrándose en mí, y levanto mi pelvis para encontrarlo.

—Buena elección —murmura contra mi garganta, mientras traza besos hacia abajo hacia mi pecho.

*

Me quedo parada frente a la cómoda, mirándome en el espejo tratando de arreglar mi cabello en una semblanza de estilo; realmente está muy largo. Estoy en mis jeans y una camiseta, y Zayn, frescamente bañado, está vestido detrás de mí.
Miro su cuerpo hambrienta.

—¿Con qué frecuencia haces ejercicio? —pregunto.

—Todos los días de la semana —dice, subiendo su cremallera.

—¿Qué haces?

—Correr, pesas, kickboxing. —Se encoge de hombros.

—¿Kickboxing?

—Sí, tengo un entrenador personal, un ex competidor olímpico que me enseña. Su nombre es Claude. Es muy bueno. Te gustará.

Me giro para mirarlo mientras empieza a abotonar su camisa blanca.

—¿A qué te refieres con que me gustará?

—Te gustará como entrenador.

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