miércoles, 26 de junio de 2013

Capítulo 70.

Me ruborizo, y mi Diosa interior coge una rosa con los dientes y comienza a bailar el tango. Respiró hondo, trato de no hacerle caso y alinear mi tiro. Es imposible.

Acaricia mi trasero, una y otra vez.

—Arriba a la izquierda —murmuro, entonces golpeo la bola blanca. Al tiempo él me golpea duro, de lleno en el trasero.

Es tan inesperado que grito. La bola blanca le da a la negra, que rebota en el colchón próximo al hoyo. Zayn acaricia de nuevo mi trasero.

—Ah, parece que tienes que intentar de nuevo —susurra— Deberías concentrarte, Anastasia.

Estoy jadeando ahora, excitada por este juego. Se aproxima al final de la mesa, coloca en su lugar la bola negra de nuevo, entonces me da la bola blanca haciéndola rodar por la mesa. Se ve tan sexual y carnal, sus ojos oscurecidos y una sonrisa lasciva. ¿Cómo podría resistirme a este hombre? Atrapo la bola y la alineo de nuevo, lista para golpear.

—Eh-eh —me amonesta—Espera. —Ah, como le encanta prolongar la agonía, de repente está de nuevo tras mi espalda. Cierro los ojos una vez más a medida que acaricia mi muslo izquierdo en esta ocasión, en ascensión a mi trasero.

—Apunta —exhala.

No puedo evitar gemir cuando el deseo gira y da vueltas dentro de mí. Y lo intento, realmente intento pensar desde dónde debería golpear a la negra con la blanca. Cambio mi posición ligeramente hacia mi derecha, y él me sigue. Me inclino sobre la mesa una vez más. Utilizando el último vestigio de fuerza interior, la cual ha disminuido considerablemente desde que sé lo que sucederá cuando golpeé la bola blanca. Apunto y golpeo de nuevo la blanca. Zayn me golpea una vez más, con fuerza.

¡Ay! Fallé de nuevo.

—¡Oh no! —gimo.

—Una vez más, nena. Y si fallas esta vez, realmente dejaré que lo consigas.

¿Qué? ¿Conseguir qué?


Sitúa de nuevo la bola negra y camina de regreso a mí, de forma dolorosamente lenta, hasta que está de nuevo de pie a mis espaldas, acariciando de vuelta mi trasero.

—Puedes hacerlo —me convence.

Oh, no cuando me estás distrayendo de esta manera. Presiono mi trasero contra su mano, y él me golpea con ligereza.

—¿Ansiosa, señorita Steele? —murmura.

Sí, te quiero ahora.

—Bueno, deshagámonos de estas.

Con delicadeza comienza a deslizar por mis muslos las bragas hasta quitármelas. No puedo ver lo que hace con ellas, no mientras me hace sentir expuesta cuando planta un beso en cada nalga.

—Haz el disparo, bebé.

Quiero llorar, no lo voy a conseguir. Sé que voy a fallar. Alineo la blanca, la golpeo, y en mi impaciencia fallo por completo en darle a la negra. Espero por el golpe, pero no llega. En cambio se inclina justo sobre mí, aplastándome contra la mesa, me quita el taco de la mano y lo hace rodar por la banda lateral. Puedo sentirlo, duro, contra mi trasero.

—Perdiste —me dice con suavidad al oído. Mi mejilla presionando contra la mesa de billar— Pon tus manos sobre la mesa.

Hago lo que dice.

—Perfecto. Ahora voy a azotarte y quizá la próxima vez ganes.

Cambia de posición y ahora está de pie a mi izquierda, su erección contra mi cadera.

Gimo y casi puedo sentir a mi corazón saltar a mi boca. Mi respiración se convierte en cortos y pesados jadeos, con la espesa excitación corriéndome en las venas. Con suavidad me acaricia el trasero, mientras que su otra mano se curva en mi nuca cerrándose en un puño en mi cabello, dejando su codo descansar sobre mi espalda, manteniéndome sujeta. Estoy completamente indefensa.

—Abre las piernas —murmura, y por un breve momento vacilo. Y es entonces cuando me golpea duro. ¡Con la regla! El sonido que hace es incluso más fuerte que el de un azote, por lo que me toma por sorpresa, grito y él me golpea de nuevo.

—Piernas —ordena. Abro mis piernas jadeando. La regla me golpea de nuevo.

Agh, duele, pero el sonido que hace al cruzar mi piel es incluso peor de lo que se siente.

Cierro los ojos y absorbo el dolor. No se siente tan mal, entonces la respiración de Zayn se hace más pesada. Y es cuando comienza a golpearme una y otra vez, por lo que comienzo a soltar pequeños quejidos. No estoy segura de cuantos golpes más puedo soportar, pero escucharlo y saber cuán encendido está, alimenta mi excitación y mi deseo de continuar. Estoy cruzando hacia el lado oscuro, un lugar en mi psique, no sé muy bien cuál, quizá el que ha visitado la sala de juegos, con Tallis. La regla me golpea una vez más, y suelto un quejido audible, Zayn gime en respuesta. Me golpea de nuevo, y de nuevo… y una vez más… más duro esta vez, por lo que me estremezco.

—Detente. —La palabra sale de mi boca, antes de que siquiera pueda darme cuenta de que la he dicho. Zayn deja caer la regla de inmediato y me libera.

—¿Suficiente? —susurra.

—Sí.

—Ahora quiero follarte —dice con voz tensa.

—Sí —murmuro con anhelo. Desabrocha su bragueta, mientras yazco jadeando acostada sobre la mesa, sabiendo lo rudo que será.

Me maravillo una vez más de la forma que he conseguido manejar —y sí, disfrutar— lo que me ha hecho hasta este punto. Es tan oscuro, pero de igual forma tan de él.

Desliza dos dedos en mi interior y los mueve de forma circular. La sensación es exquisita. Cierro los ojos y me deleito en ella. Oigo el delator rasgado del papel, y entonces está parado detrás de mí, entre mis piernas, abriéndolas incluso más.

Con lentitud se hunde en mi interior, llenándome. Escucho su gemido de placer puro, que hace agitar mi alma. Coge mis caderas con firmeza, deslizándose fuera de mí de nuevo, entrando de vuelta con una fuerte acometida, haciéndome gritar. Se queda quieto por un momento.

—¿De nuevo? —pregunta en voz baja.

—Sí… estoy bien. Déjate llevar… llévame contigo —murmuro sin aliento.

Deja escapar un gemido ronco de su garganta, deslizándose fuera de mí de nuevo, es entonces cuando se estrella contra mí, repitiéndolo una y otra vez, de forma deliberadamente lenta —castigándome con un ritmo brutal y celestial.

Oh, mis entrañas comienzan a acelerarse. Él lo siente, también, y aumenta el ritmo, me empuja, más hondo, más fuerte, más rápido —y me rindo, explotando a su alrededor— un orgasmo devastador de alma que me deja agotada y exhausta.

Soy vagamente consciente de Zayn dejándose ir también, diciendo mi nombre, sus dedos clavándose en mis caderas, quedándose quieto y luego desplomándose sobre mí. Nos hundimos en el suelo, él acunándome en sus brazos.

—Gracias, nena —exhala, y me cubre la cara vuelta hacia arriba con suaves besos.

Abro los ojos y lo veo, y él envuelve sus brazos apretadamente a mi alrededor.

—Tu mejilla está sonrosada debido a la mesa —murmura, masajeando mi rostro con ternura— ¿Cómo estuvo? —Sus ojos grandes y cautelosos.

—Intenso, delicioso —murmuro—. Me gusta rudo, Zayn, y también suave. Me gusta que sea contigo. —Cierra los ojos y me abraza con más fuerza.

Cristo, estoy cansada.

—Nunca me fallas, Anastasia. Eres hermosa, brillante, desafiante, divertida, sexy, y doy gracias cada día a la divina providencia que fueses tú quién viniera a hacerme la entrevista y no Katherine Kavanagh. —Besa mi cabello. Sonrió y bostezo contra su pecho— Te he agotado —continúa él— Vamos, un baño y luego a la cama.


Los dos estamos en el baño de Zayn, uno frente al otro, hundidos hasta la barbilla dentro de la espuma, el dulce aroma a jazmín envolviéndonos. Zayn está masajeando mi pie, uno a la vez. Se siente tan bien que debería ser ilegal.

—¿Te puedo preguntar algo? —murmuro.

—Por supuesto. Lo que sea, Anastasia, lo sabes.

Tomo una respiración profunda y me siento, pestañeando un poco.

—Mañana, cuando vaya al trabajo. ¿Puede Sawyer solo dejarme en la puerta de la oficina y luego recogerme al final del día? Por favor, Zayn. Por favor —imploro.

Sus manos se detienen mientras su frente se arruga.

—Creo que nos pusimos de acuerdo —rezonga.

—Por favor —le ruego.

—¿Qué pasa con la hora del almuerzo?

—Voy a hacer algo para llevar desde aquí, así no tengo que salir, por favor.

Besa mi empeine.

—Me resulta muy difícil decirte no —murmura como si sintiera que esta es un fallo de su parte— ¿No vas a salir?

—No.

—Está bien.

Le sonrío con alegría.

—Gracias. —Me pongo sobre mis rodillas, salpicando agua por todas partes, y lo beso.

—De nada, señorita Steele. ¿Cómo está tu trasero?

—Duele. Pero no es tan malo. El agua es relajante.

—Me alegro de que me dijeras que parara —dice, mirándome.

—También mi trasero.

Sonríe.

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