lunes, 5 de agosto de 2013

Capítulo 8.

Miro directamente con horror a las marcas rojas sobre todos mis pechos. ¡Chupones! ¡Tengo chupones! Estoy casada con el hombre de negocios más respetado de Estados Unidos, y me ha dejado unos jodidos chupones. ¿Cómo no sentí cuando me los estuvo haciendo? Me sonrojo.

El hecho es que sé exactamente por qué: el señor orgásmico estaba usando sus habilidades sexuales de motricidad fina en mí.

Mi subconsciente mira por encima de sus gafas de media luna y hace un gesto de desaprobación, mientras mi diosa interna duerme en su silla larga, sin darse cuenta. Me quedo boquiabierta ante mi reflejo. Mis muñecas tienen un verdugón rojo, alrededor de donde estaban las esposas. Sin duda se volverá un moretón. Examino mis tobillos, más verdugones. Maldita sea, parece como si hubiese estado en alguna clase de accidente.

Me miro, tratando de asimilar lo que veo. Mi cuerpo es tan diferente estos días. Ha cambiado sutilmente desde que lo conozco… me he puesto más delgada y en forma, y mi cabello está brillante y bien cortado. Mis uñas arregladas, mis pies también, mis cejas definidas y hermosamente formadas. Por primera vez en mi vida, estoy bien arreglada, excepto por esos horribles moretones de amor.

No quiero pensar sobre el acicalamiento en este momento. Estoy demasiado enfadada. ¿Cómo se atreve a marcarme de esta manera, como un adolescente? En el corto tiempo en el que hemos estado juntos, nunca me ha dejado chupones. Luzco como el infierno. Sé por qué lo está haciendo. Maldito controlador obsesivo. ¡Cierto! Mi subconsciente pliega sus brazos bajo sus pequeños pechos. Salgo del baño privado y entro al vestidor, cuidadosamente evitando incluso una mirada en su dirección. Quitándome mi bata, me pongo una sudadera y una camisola. Deshago la trenza, tomo un cepillo del pequeño tocador y empiezo a cepillar mis nudos.

—Anastasia —dice Zayn y escucho su ansiedad— ¿Estás bien?

Lo ignoro. ¿Estoy bien? No, no lo estoy. Después de lo que me ha hecho, dudo que pueda usar un traje de baño, por no hablar de uno de mis bikinis ridículamente caros, por el resto de nuestra luna de miel. De pronto la idea se torna exasperante. ¿Cómo se atreve? Que si estoy bien... Hiervo mientras la furia pica a través de mí. ¡También puedo comportarme como una adolescente! Regresando al cuarto, le lanzo el cepillo, me giro, y me voy, pero no sin antes ver su expresión de sorpresa y su rápida reacción al alzar su brazo para proteger su cabeza de manera que el cepillo rebota en su antebrazo y cae en la cama.

Salgo hecha una furia de nuestra habitación, subo las escaleras y salgo a cubierta, escapando hacia la proa. Necesito espacio para calmarme. Está oscuro y el viento es cálido. La cálida brisa transporta el aroma del mediterráneo y la esencia de jazmines y buganvillas de la costa. La Fair Lady se desliza sin esfuerzo sobre el calmado océano cobalto, mirando a la lejana costa donde pequeñas luces guiñan y centellan. Tomo una profunda y tranquilizante respiración, y empiezo a calmarme. Me doy cuenta que está detrás de mí antes de escucharlo.

—Estás enfadada conmigo —susurra.

—¡No me digas, Sherlock!

—¿Cómo de enfadada?

—En una escala de uno a diez, creo que cincuenta. Apropiado, ¿no?

—Así de enfadada. —Suena sorprendido e impresionado al mismo tiempo.

—Sí, cercana al enfado violento —digo a través de mis apretados dientes.

Se queda en silencio mientras me giro, con el ceño fruncido hacia él, observándome con ojos cautelosos y abiertos. Sé por su expresión y por el hecho de que no ha hecho movimiento alguno para tocarme, que está fuera de su terreno.

—Zayn, tienes que dejar de pisarme los talones. Dejaste claro tu punto en la playa. De manera muy eficaz, tal y como recuerdo.

Se encoge de hombros minuciosamente.

—Bueno, así seguro que no te vuelves a quitar la parte de arriba del bikini—murmura petulante.

¿Y esto justifica lo que me ha hecho? Lo miro ferozmente.

—No me gusta que dejes marcas en mí. Bueno, no todas estas, de cualquier forma. Es un gran limite —le siseo.

—No me gusta que te desnudes en público. Eso es un gran límite para mí —gruñe.

—Pensé que habíamos determinado eso —siseo entre dientes— ¡Mírame! —Me bajo mi camisola para revelar la parte superior de mis pechos.

Zayn me mira fijamente, sus ojos no abandonan mi rostro, su expresión cautelosa e incierta. No está acostumbrado a verme así de enfadada. ¿No puede ver lo que me ha hecho? ¿No puede ver cuán ridículo es? Quiero gritarle, pero me abstengo, no quiero empujarlo demasiado lejos. Sólo Dios sabe lo que haría. Finalmente suspira y pone sus manos hacia arriba en una expresión resignada y conciliadora.

—De acuerdo —dice, su voz apaciguada—, lo entiendo.

¡Aleluya!

—Bien.

Desliza su mano a lo largo de mi cabello.

—Lo siento. Por favor no te enfades conmigo. —Finalmente, parece arrepentido, usando mis propias palabras en mi contra.

—A veces eres como un adolescente —le regaño tercamente, pero el enfado se ha ido de mi voz, y lo sabe. Se acerca y tentativamente levanta su mano para poner un mecho detrás de mí oreja.

—Lo sé —reconoce suavemente—, tengo mucho que aprender.

Las palabras del Dr. Flynn regresan a mi… Emocionalmente, Zayn es un adolescente, Anastasia. Él anuló totalmente esa fase en su vida. Ha concentrado todas sus energías en triunfar en el mundo de los negocios, y tiene todo más allá de lo esperado. Su mundo emocional tiene que ponerse al día.

Mi corazón se deshiela un poco.

—Ambos tenemos que hacerlo —suspiro y cautelosamente levanto mi mano, poniéndola sobre su corazón. No se encoge como lo hacía antes, pero se pone rígido. Pone su mano sobre la mía y muestra su tímida sonrisa.

—Acabo de aprender que tiene un buen brazo y buena puntería, Sra. Malik. Nunca lo habría imaginado, pero entonces constantemente la subestimo. Siempre me sorprende.

Alzo una ceja hacia él.

—Práctica de tiro con Ray. Puedo dar un disparo derecho, Sr. Malik, y haría bien en recordar eso.

—Me esforzaré por hacerlo, Sra. Malik, o me aseguraré que todos los objetos proyectiles potenciales estén clavados y que no tenga acceso a un arma. —Sonríe.

Le devuelvo la sonrisa, entrecerrando mis ojos.

—Soy una chica con recursos.

—Eso eres —susurra, suelta mi mano y envuelve sus brazos a mi alrededor. Acercándome para darme un abrazo, clava su nariz en mi cabello. Envuelvo mis brazos a su alrededor, sosteniéndolo cerca, y siento la tensión dejar su cuerpo mientras me olisquea.

—¿Estoy perdonado?

—¿Lo estoy yo?

Siento su sonrisa.

—Sí —responde.

—Lo mismo.

Nos quedamos ahí sosteniéndonos el uno al otro. Mi resentimiento olvidado. Huele bien, adolescente o no. ¿Cómo puedo resistirme a él?

—¿Hambrienta? —dice después de un momento. Tengo mis ojos cerrados y mi cabeza contra su pecho.

—Sí. Hambrienta. Toda la… eh… actividad me ha producido apetito. Pero no estoy vestida para cenar. —Estoy segura que mi sudadera y mi camisola serían mal vistos en un comedor.

—Te ves bien para mí, Anastasia. Además, es nuestro barco durante toda la semana. Podemos vestirnos como queramos. Digamos que hoy es el martes informal en la Costa Azul. De todas formas, he pensado que podíamos cenar en cubierta.

—Sí, eso me gustaría.

Me besa, un merecido beso de perdóname, y luego nos paseamos de la mano hacia la proa, donde nuestra sopa de gazpacho nos espera.
El camarero nos sirve el crème brulée y se retira discretamente.

—¿Por qué siempre trenzas mi cabello? —le pregunto a Zayn por curiosidad.

Estamos sentados el uno frente al otro, mi pierna enroscada en torno a la suya. Se detiene cuando está a punto de levantar su cuchara para postres y frunce el ceño.

—No quiero que tu cabello se enrede con nada —dice tranquilamente, por un instante está perdido en su pensamiento— Costumbre, creo —reflexiona.

De pronto frunce el ceño y sus ojos se abren, sus pupilas se dilatan alarmadas.

¡Mierda! ¿Qué ha recordado? Es algo doloroso, algún recuerdo de su infancia, supongo. No quiero recordarle eso. Inclinándome, pongo mi dedo índice sobre sus labios.

—No importa. No necesito saberlo. Sólo tenía curiosidad. —Le dirijo una cálida y tranquilizadora sonrisa. Su mirada es cautelosa, pero después de un instante visiblemente se relaja, su alivio es evidente. Me inclino para besar la esquina de su labio.

—Te amo —murmuro, y profesa esa tímida sonrisa de corazón adolorido, y me derrito— Siempre te amaré, Zayn.

—Y yo a ti —dice suavemente.

—¿A pesar de mi desobediencia? —Alzo una ceja.

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