lunes, 5 de agosto de 2013

Capítulo 11.

Saint Paul de Vence es una aldea medieval fortificada en la cima de una colina, uno de los lugares más pintorescos que he visto nunca. Paseo del brazo con Zayn a través de las estrechas calles empedradas, mi mano en el bolsillo trasero de sus shorts. Taylor y Gaston o Philippe, no puedo decir cuál es la diferencia entre ellos, caminan detrás de nosotros.

Pasamos una plaza cubierta de árboles, donde tres ancianos, uno lleva una boina tradicional a pesar del calor, están jugando petanca. Está muy concurrida por los turistas, pero me siento a gusto metida debajo del brazo de Zayn. Hay tanto que ver: pequeños callejones y pasadizos que conducen a patios con fuentes de piedra, antiguas y modernas esculturas y fascinantes pequeñas boutiques y tiendas.

En la primera galería, Zayn mira distraídamente a unas fotografías eróticas frente a nosotros. Son obras de Florence D’elle: mujeres desnudas en varias poses.

—No es exactamente lo que tenía en mente —murmuro con desaprobación.

Me hacen pensar en la caja que encontré en su armario, nuestro armario. Me pregunto si las destruyó.

—Yo tampoco —dice Zayn, sonriéndome.

Toma mi mano y paseamos hacia el siguiente artista. Ociosamente, me pregunto si después de todo debería dejarle tomarme fotos. Mi diosa interna asiente frenéticamente en aprobación.

La siguiente exhibición es una pintora que se especializa en arte figurativo, frutas y verduras de muy cerca y con colores vivos y gloriosos.

—Me gustan esas —señalo tres cuadros de pimientos— Me recuerdan a ti picando vegetales en mi apartamento. —Me río. La boca de Zayn se tuerce en su intento fallido de esconder su diversión.

—Pensé que había manejado eso competentemente —murmura— Era sólo un poco lento, y de todas maneras —me empuja en un abrazo—, estabas distrayéndome. ¿Dónde los pondrías?

—¿Qué?

Zayn olisquea mi oreja.

—Los cuadros, ¿dónde las pondrías? —muerde mi lóbulo y lo siento en mi ingle.

—Cocina —murmuro.

—Hmm. Buena idea, Sra. Malik.

Me acerco al precio. Cinco mil euros cada uno ¡Madre Mia!

—¡Son muy caros! —jadeo.

—¿Y? —Él me olisquea de nuevo— Tienes que acostumbrarte, Anastasia. —Me libera y se pasea hacia la mesa donde una mujer vestida completamente de blanco está de pie boquiabierta ante él. Quiero poner los ojos en blanco, pero volví mi atención a los cuadros. Cinco mil euros… Jesús.

Hemos terminado el almuerzo y nos relajamos tomando un café en el hotel Le Saint Paul. La vista del campo de los alrededores es impresionante. Viñedos y campos de girasoles forman un mosaico en la llanura, salpicado aquí y allá con pulcras pequeñas casas de campo francesas. Es un día hermoso, tan claro que podemos ver todo el camino hasta el mar, brillando tenuemente en el horizonte. Zayn interrumpe mi ensoñación.

—Me preguntaste por qué trenzo tu cabello —murmura. Su tono me alarma. Parece… culpable.

—Sí. —Oh mierda.

—La perra drogadicta me dejaba jugar con su cabello, creo. No sé si es un recuerdo o un sueño.

¡Whoa! Su madre biológica.

Él me mira, su expresión indescifrable. Mi corazón salta hasta mi boca.
¿Qué digo cuando dice cosas como esta?

—Me gusta que juegues con mi cabello. —Mi voz es suave y vacilante.

Parpadea, sus ojos están muy abiertos y asustados.

—¿De verdad?

—Sí —es la verdad. Alcanzo su mano y la agarro— Creo que amabas a tu madre biológica, Zayn. —Sus ojos se abren aún más y me mira sin inmutarse, sin decir nada.

Santa mierda. ¿He ido demasiado lejos? Di algo, Cincuenta, por favor. Pero sigue estando en absoluto silencio, mirándome con insondables ojos mieles, mientras que el silencio se extiende entre nosotros. Parece perdido.

Mira abajo a mi mano sobre la suya y frunce el ceño.

—Di algo —susurro, porque no puedo soportar el silencio más tiempo.

Parpadea y luego sacude su cabeza, exhalando profundamente.

—Vamos. —Suelta mi mano y se pone de pie. Su expresión es precaria.

¿Me he pasado de la raya? No tengo ni idea. Mi corazón se hunde y no sé si decir algo más o simplemente dejarlo ir. Decido lo segundo y lo sigo obedientemente saliendo del restaurante. En la estrecha calle encantadora, toma mi mano.

—¿Dónde quieres ir?

¡Oh habla! Y no está molesto conmigo, gracias al cielo. Exhalo, aliviada, y me encojo de hombros.

—Estoy alegre de que todavía me hables.

—Sabes que no me gusta hablar de esa mierda. Es pasado. Se acabó —dice tranquilamente.

No, Zayn, no se acabó. El pensamiento me entristece, y por primera vez me pregunto si esto alguna vez terminará. Él siempre será Cincuenta Sombras… mi Cincuenta Sombras. ¿Quiero que cambie? No, no realmente, sólo en la medida en que quiero que se sienta amado. Echándole un vistazo, me tomo un momento para admirar su belleza cautivadora… y él es mío. Y no es solo el atractivo de su fino rostro y su cuerpo que me ha hechizado. Es lo que hay detrás de la perfección lo que me atrae, que me llama… su alma frágil, dañada.

Me da esa mirada, por debajo de la nariz, entre divertido y cuidadoso, totalmente sexy y luego me mete bajo su brazo, y nos abrimos paso a través de los turistas hacia el lugar donde Philippe/Gaston ha aparcado el amplio Mercedes. Deslizo mi mano en el bolsillo trasero de los shorts de Zayn, agradecida de que no esté enfadado conmigo por mi presunción. Pero, honestamente, ¿qué niño de cuatro años no ama a su madre sin importar lo mala madre sea? Suspiro profundamente y lo abrazo más. Sé que detrás de nosotros el equipo de seguridad está al acecho, y me pregunto ociosamente si han comido.

Zayn se detiene frente a una pequeña boutique de venta de joyería fina, mira el escaparate y luego hacia mí. Alcanza mi mano libre, y pasa su pulgar a lo largo de la desteñida marca roja de las esposas, inspeccionándolas.

—No duele. —Lo tranquilizo. Se retuerce de manera que mi otra mano está libre de su bolsillo. La agarra también, girándola suavemente para examinar mi muñeca. El reloj Omega de platino que me dio en el desayuno de nuestra primera mañana en Londres esconde la línea roja. La inscripción todavía me hace desmayar.

Anastasia
Eres mi « Más »
Mi Amor, Mi Vida
Zayn.

A pesar de todo, de todas sus cincuenta sombras, mi esposo puede ser muy romántico. Miro hacia las tenues marcas en mi muñeca. Por otra parte, algunas veces puede ser feroz. Liberando mi mano derecha, inclina mi barbilla con los dedos y examina mi expresión, sus ojos muy abiertos y afligidos.

—No duelen —repito. Tira de mi mano a sus labios y planta un suave beso de disculpa en el interior de mi muñeca.

—Ven —dice y me lleva dentro de la tienda.

—Toma. —Zayn sostiene abierta la pulsera de platino de filigrana que acaba de comprar. Es exquisita, tan delicadamente elaborada, la filigrana en forma de pequeñas flores abstractas con pequeños diamantes en su centro. La sujeta alrededor de mi muñeca. Es amplia y la pulsera oculta las marcas rojas. También costó alrededor de quince mil euros, creo, aunque no podía seguir la conversación en francés con el vendedor. Nunca he usado algo tan caro.

—Ahí, eso está mejor —murmura.

—¿Mejor? —susurro, mirando los luminosos ojos mieles, consciente de que el vendedor delgado como un palo nos mira con una celosa y desaprobadora mirada en su rostro.

—Sabes por qué —dice Zayn con incertidumbre.

—No necesito esto. —Sacudo mi muñeca y la pulsera se mueve. Atrapa la luz de la tarde que entra por la ventana de la boutique y pequeños arcoíris brillantes bailan fuera de los diamantes en las paredes de la tienda.

—Yo sí —dice con amarga sinceridad.

¿Por qué? ¿Por qué necesita esto? ¿Se siente culpable? ¿Acerca de qué? ¿Las marcas? ¿Su madre biológica? ¿No confiar en mí? Oh, Cincuenta.

—No, Zayn, tu no. Ya me has dado mucho. Una luna de miel mágica, Londres, Paris, la Costa Azul… y tú. Soy una chica muy afortunada —susurro y sus ojos se suavizan.

—No, Anastasia, yo soy un hombre afortunado.

—Gracias. —Estirándome en puntas de pie, pongo mis brazos alrededor de su cuello y lo beso… no por darme el brazalete, sino por ser mío.

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