martes, 14 de mayo de 2013

Capítulo 53. FIN.

Todo su porte cambia en un nanosegundo. Pasando ya del juguetón Zayn, me está mirando como si le hubiera dado una bofetada. Está pálido.

—¿Así es como te sientes? —susurra.

Esas cinco palabras y la forma en que las musita, lo dice todo. ¡Oh, no! Me dicen mucho más sobre él y sobre cómo se siente. Me dicen acerca de su miedo y odio. Frunzo el ceño. No, no me siento tan mal. De ninguna manera. ¿Verdad?

—No. A mí no me afecta tanto como eso, pero te da una idea —murmuro, mirándolo ansiosamente.

—Oh —dice. Maldición. Se ve completa y absolutamente perdido, como si hubiera tirado de la alfombra bajo sus pies. Tomando una profunda respiración, me muevo alrededor de la mesa hasta quedarme de pie frente a él, mirando sus ojos aprensivos— ¿Tanto lo odias? —Suspira, sus ojos llenos de horror.

—Bueno... no —lo tranquilizo. Por Dios, ¿es así como se siente sobre las personas tocándolo? —No. Me siento ambivalente al respecto. No me gusta, pero no lo odio.

—Pero anoche, en la sala de juegos, tú... —Se calla.

—Lo hago por ti, Zayn, porque lo necesitas. Yo no. No me hiciste daño ayer por la noche. Eso fue en un contexto diferente, puedo racionalizar eso internamente y confío en ti. Pero cuando quieres castigarme, me preocupa que vayas a hacerme daño.

Sus ojos mieles brillan como una tormenta turbulenta. El tiempo pasa, se expande y se escapa antes de que él conteste en voz baja.

—Quiero hacerte daño. Pero no más allá de lo que tú no puedas soportar.

—¿Por qué?

Se pasa la mano por su cabello y se encoge de hombros.

—Simplemente lo necesito. —Hace una pausa, mirándome con angustia, cierra los ojos y sacude su cabeza—No puedo decírtelo —susurra.

—¿No puedes o no lo harás?

—No lo haré.

—Así que sabes por qué.

—Sí.

—Pero no me lo dirás.

—Si lo hago, saldrás corriendo y gritando de la habitación y nunca querrás volver. —Me mira con recelo—No puedo arriesgarme a eso, Anastasia.

—Quieres que me quede.

—Más de lo que imaginas. No podría soportar perderte.

Oh, Dios.

Baja la mirada hacia mí y de repente, me atrae a sus brazos y me empieza a besar, besándome apasionadamente. Me toma completamente por sorpresa, siento su pánico y su desesperada necesidad en su beso.


—No me dejes. Has dicho que no me dejarías y me suplicaste que no me marchara en tu sueño —murmura contra mis labios.

Oh... mis confesiones nocturnas.

—No quiero irme. —Y mi corazón se aprieta, retorciéndose de dentro hacia fuera.

Este es un hombre necesitado. Su miedo está desnudo y es obvio, pero está perdido... en algún lugar dentro de su oscuridad. Sus ojos están muy abiertos, sombríos y torturados. Puedo calmarlo. Uniéndome a él brevemente en la oscuridad y trayéndolo hacia la luz.

—Enséñame —susurro.

—¿Enseñarte?

—Enséñame lo mucho que puede dañarme.

—¿Qué?

—Castígame. Quiero saber cuán malo puede llegar a ser.

Zayn da un paso lejos de mí, completamente confundido.

—¿Tratarías?

—Sí. Dije que lo haría. —Pero tengo un motivo. Si hago esto por él, tal vez me deje tocarlo.

Parpadea hacia mí.

—Anastasia, eres tan confusa.

—También estoy confundida. Estoy tratando de resolver esto. Y tú y yo sabremos, de una vez por todas, si puedo hacer esto. Si puedo manejarlo, entonces tal vez tú… —Mis palabras fallan y sus ojos se abren de nuevo. Él sabe que me estoy refiriendo a la cosa de tocar. Por un momento, se ve roto, pero entonces, una firme determinación se asienta en sus rasgos y entorna sus ojos, mirándome especulativamente, como si sopesara alternativas.

De repente, toma mi brazo en un agarre firme y se da vuelta, dirigiéndome fuera de la gran sala, escaleras arriba y hacia la sala de juegos. Placer y dolor, recompensa y castigo… sus palabras de hace tiempo hacen eco en mi mente.

—Te voy a mostrar lo malo que puede ser y puedes hacerte tu propia opinión. —Hace una pausa en la puerta— ¿Estás lista para esto?

Asiento, decidida y estoy vagamente mareada, débil mientras toda la sangre deja mi cara.

Él abre la puerta y sin soltar mi brazo, agarra lo que parece ser un cinturón del estante junto a la puerta, entonces, me lleva hasta el banco de cuero rojo en la esquina de la habitación.

—Inclínate sobre el banco —murmura en voz baja.

Bien. Puedo hacer esto. Me inclino sobre el cuero liso y suave. Ha dejado mi bata puesta. En una parte tranquila de mi cerebro, estoy vagamente sorprendida de que no me ha hecho quitármela. Santo Dios, esto va a doler... lo sé. Mi subconsciente se ha desmayado y mi diosa interior está tratando de parecer valiente.

—Estamos aquí porque dijiste que sí, Anastasia. Y corriste de mí. Voy a golpearte seis veces y vas a contar conmigo.

¿Por qué diablos no acaba con esto de una vez? Siempre hace un disfrute el castigarme. Pongo los ojos en blanco, sabiendo muy bien que no puede verme.

Levanta el borde de mi bata de baño y por alguna razón, se siente más íntimo que estar desnuda. Acaricia suavemente mi trasero, pasando su cálida mano por todas partes en ambos glúteos y hasta la parte superior de mis muslos.

—Estoy haciendo esto para que recuerdes que no debes huir de mí y por más emocionante que sea, no quiero que vuelvas a hacerlo —susurra. Y la ironía no se me escapa. Estaba corriendo para evitar esto. Si abriera sus brazos, correría hacia él, no lejos de él— Y pusiste tus ojos en blanco. Sabes cómo me siento acerca de eso.

De repente, se ha ido… ese nerviosismo y miedo en su voz. Está de vuelta a donde estaba. Lo oigo en su tono, en la forma en que coloca sus dedos en mi espalda, sosteniéndome… y la atmósfera en la habitación cambia.
Cierro mis ojos, preparándome para el golpe. Viene duro, rompiendo a través de mi lado posterior y la mordedura del cinturón es todo lo que temía. Grito de forma involuntaria y tomo una enorme bocanada de aire.

—¡Cuenta, Anastasia! —ordena.

—¡Uno! —grito y suena como un insulto.

Me golpea de nuevo y el dolor pulsa y hace eco a lo largo de la línea del cinturón.

Dios... esto no fue buena idea.

—¡Dos! —grito. Se siente tan bien gritar.

Su respiración es irregular y dura. Mientras que la mía es casi inexistente mientras desesperadamente escarbo alrededor de mi psique en busca de algo de fuerza interna. El cinturón corta en mi carne de nuevo.

—¡Tres! —Lágrimas inoportunas brotan de mis ojos. Por Dios, esto es más difícil de lo que pensaba, mucho más difícil que las nalgadas. No está reservándose nada.

—¡Cuatro! —grito cuando el cinturón me golpea otra vez y ahora las lágrimas corren por mi rostro. No quiero llorar. Me enoja el estar llorando. Me golpea de nuevo.

—¡Cinco! —Mi voz es más un sollozo ahogado, estrangulado y en este momento, creo que lo odio. Uno más, puedo hacer uno más. Mi trasero se siente como si estuviera en llamas.

—¡Seis! —susurro mientras el abrasador dolor corta a través de mí otra vez. Lo escucho dejar caer el cinturón detrás de mí y me está tirando a sus brazos, sin aliento y compasivo... y no quiero nada de él.

—Déjame ir... no... —Y me encuentro luchando por salir de su agarre, dándole un empujón. Luchando con él—. ¡No me toques! —siseo.

Me enderezo y lo miro y me está mirando como si yo pudiera salir corriendo, con grandes ojos mieles, desconcertado. Seco furiosamente las lágrimas de mis ojos con el dorso de mis manos, mirándolo.

—¿Esto es lo que realmente te gusta? Yo, ¿de esta manera? —Uso la manga de la bata de baño para limpiar mi nariz. Me mira con recelo— Bueno, eres un jodido hijo de puta.

—Anastasia—suplica, sorprendido.

—¡No te atrevas a decirme Anastasia! ¡Necesitas ordenar tu mierda, Malik! —Y con eso, me dirijo con rigidez y salgo de la sala de juegos, cerrando la puerta sin hacer ruido detrás de mí.

Estrecho la manija de la puerta detrás de mí y brevemente me recuesto contra la puerta. ¿A dónde ir? ¿Me voy? ¿Me quedo? Estoy tan molesta, hirvientes lágrimas de rabia resbalan por mis mejillas y las seco con furia. Sólo quiero acurrucarme. Acurrucarme y recuperarme de alguna manera. Sanar mi fe rota. ¿Cómo pude haber sido tan idiota? Por supuesto que duele.

Tentativamente, froto mi trasero. Y efectivamente duele. ¿A dónde ir? No a su habitación. Mi habitación o la habitación que sería mía, no es mía... era mía. Es por esto que quería que la mantuviera.
Sabía que necesitaría distancia de él.

Me dirijo rígida en esa dirección, consciente de que Zayn puede seguirme. Está todavía oscuro en el dormitorio, el amanecer sólo un susurro en el horizonte. Subo con torpeza a la cama, con cuidado de no sentarme en mi dolorido y delicado trasero. Me quedo con la bata de baño, envolviéndola alrededor de mí, me acurruco y realmente me dejo ir, sollozando con fuerza en mi almohada.

¿Qué estaba pensando? ¿Por qué le dejé hacerme esto? Quería la oscuridad, explorar lo malo que podría ser… pero es demasiado oscuro para mí. No puedo hacer esto. Sin embargo, esto es lo que él hace, así es como se excita.

Que monumental llamada de atención. Y para ser justos con él, me advirtió y me advirtió, una y otra vez. No es normal. Tiene necesidades que no puedo cumplir.

Me doy cuenta de eso ahora. No quiero que me golpee de esa manera otra vez, nunca. Pienso en el par de veces que me ha golpeado y lo fácil que era para mí en comparación. ¿Es eso suficiente para él? Lloro con más fuerza en la almohada. Lo voy a perder. No va a querer estar conmigo si no le puedo dar esto. ¿Por qué, por qué, por qué me he enamorado de Cincuenta Sombras? ¿Por qué? ¿Por qué no puedo amar a Justin o a Paul o alguien como yo?

Oh, su mirada angustiada mientras me iba. Fui tan cruel, tan conmocionada por la barbarie... ¿me perdonara... lo perdonaré? Mis pensamientos son todos locos y confusos, haciéndose eco y rebotando en el interior de mi cráneo. Mi subconsciente está sacudiendo tristemente su cabeza, y mi diosa interior no está por ningún lado. Oh, esto es una mañana oscura del alma para mí. Estoy tan sola. Quiero a mi mamá. Recuerdo sus palabras de despedida en el aeropuerto: “Sigue tu corazón, cariño, y por favor, por favor… trata de no sobre pensar las cosas. Relájate y disfruta. Eres tan joven, cariño, tienes mucho que experimentar, simplemente deja que suceda. Te mereces lo mejor de todo.”
Me dejé llevar por mi corazón y tengo un trasero adolorido y un angustiado y roto espíritu para demostrarlo. Me tengo que ir. Eso es todo... Tengo que irme. No es bueno para mí y no soy buena para él. ¿Cómo podemos hacer que esto funcione? Y la idea de no volver a verlo casi me ahoga... mi Cincuenta Sombras.

Escucho a la puerta hacer clic al abrir. Oh, no… está aquí. Pone algo en la mesita de noche y la cama se mueve bajo su peso mientras sube detrás de mí.

—Shhh—respira y quiero separarme de él, moverme hacia el otro lado de la cama, pero estoy paralizada. No me puedo mover y me quedo quieta con rigidez, sin ceder en absoluto—No pelees conmigo, Anastasia, por favor —susurra.

Suavemente, me tira en sus brazos, hundiendo la nariz en mi cabello, besando mi cuello—. No me odies —murmura suavemente contra mi piel, su voz dolorosamente triste.

Mi corazón se aprieta de nuevo y libero una nueva ola de sollozos silenciosos. Sigue besándome suavemente, tiernamente, pero me mantengo distante y cautelosa.

Nos acostamos juntos así, ninguno dice nada durante mucho tiempo. Sólo me sostiene y, muy gradualmente, me relajo y dejo de llorar. El amanecer va y viene y la suave luz se hace más brillante al moverse la mañana y todavía yacemos en silencio.

—Te he comprado Advil y un poco de crema de árnica —dice después de un largo tiempo.

Me vuelvo muy lentamente en sus brazos para poder enfrentarme a él. Descanso la cabeza sobre su brazo.
Miro su hermoso rostro. No está dando nada, pero mantiene sus ojos en los míos, apenas parpadeando. Oh, es increíblemente guapo. En tan poco tiempo se ha convertido en alguien muy, muy querido por mí. Alcanzándolo, acaricio su mejilla y recorro las puntas de mis dedos a través de su barba. Cierra los ojos y exhala un poco.

—Lo siento —le susurro.

Abre los ojos y me mira desconcertado.

—¿Por qué?

—Lo que dije.

—No me dijiste nada que no supiera. —Y sus ojos se suavizan con alivio— Lamento haberte lastimado.

Me encojo de hombros.

—Pedí eso. —Y ahora lo sé. Trago. Aquí va. Tengo que decir mi parte— No creo que pueda ser todo lo que quieres que sea —susurro. Sus ojos se amplían ligeramente y parpadea, su expresión temerosa vuelve.

—Eres todo lo que quiero que seas.

 
¿Qué?

—No entiendo. No soy obediente, y puedes estar tan seguro como el infierno que no voy a dejarte hacerme eso otra vez. Y eso es lo que necesitas, lo dijiste.

Vuelve a cerrar sus ojos y puedo ver innumerables emociones cruzar su rostro. Cuando los abre de nuevo, su expresión es desolada. Oh no.

—Tienes razón. Debería dejarte ir. No soy bueno para ti.

Mi cuero cabelludo pica mientras todos y cada uno de los folículos en mi cuerpo ponen atención y el mundo se aleja de mí, dejando un amplio abismo para que caiga. Oh, no.

—No quiero irme —susurro. Esto es. Pagar o jugar. Lágrimas nadan en mis ojos una vez más.

—Tampoco quiero que te vayas —susurra, su voz cruda. Levanta una mano y gentilmente acaricia mi mejilla y seca una lágrima con su pulgar—Volví a la vida desde que te conocí. —Su pulgar traza el contorno de mi labio inferior.

—Yo también —susurro—Me he enamorado de ti, Zayn.

Sus ojos se amplían otra vez, pero esta vez, con miedo puro sin diluir.

—No —susurra como si le hubiera sacado el aire. Oh, no—No puedes amarme, Anastasia. No… eso está mal. —Está horrorizado.

— ¿Mal? ¿Por qué está mal?

—Bueno, mírate. No puedo hacerte feliz. —Su voz es angustiada.

—Pero tú sí me haces feliz. —Frunzo el ceño.

—No en este momento, no haciendo lo que quiero hacer.

Esto es realmente. Esto es a lo que se reduce, incompatibilidad y todos esos pobres sustitutos vienen a mi mente.

—Nunca superaremos esto, ¿verdad? —susurro, mi cuero cabelludo pica por el miedo.
Niega con su cabeza desoladamente. Cierro mis ojos. No puedo soportar mirarlo.

—Bueno… debo irme, entonces —murmuro, haciendo una mueca de dolor cuando me levanto.

—No, no te vayas. —Suena aterrorizado.

—No hay razón para que me quede. —De repente, me siento cansada, realmente agotada y quiero irme ahora. Me bajo de la cama y Zayn me sigue—Iré a vestirme. Me gustaría un poco de privacidad —digo, mi voz plana y vacía mientras lo dejo de pie en la habitación.

Dirigiéndome abajo, doy una mirada al gran salón, pensando cuántas horas antes había descansado mi cabeza sobre su hombro mientras él tocaba el piano. Había pasado tanto desde entonces.
He tenido mis ojos abiertos y vislumbrado la extensión de su depravación y ahora sé que no es capaz de amar, de dar o recibir amor. Mis peores miedos han sido cumplidos. Y extrañamente, es muy liberador.

El dolor es tal que niego reconocerlo. Me siento entumecida. He escapado de algún modo de mi cuerpo y ahora soy una casual observadora del desarrollo de esta tragedia. Me ducho rápida y metódicamente, pensando sólo en cada segundo que sigue. Ahora aprieto mi botella de gel de ducha. Pongo la botella de gel de ducha de regreso en el estante. Froto el paño en mi cara, mis hombros… y sigo, todas acciones simples, mecánicas, que requieren simples y mecánicos pensamientos.

Termino mi ducha y como no he lavado mi cabello, puedo secarme rápidamente. Me visto en el baño, tomando mis pantalones y camiseta de mi pequeña maleta. Mis pantalones rozan contra mi trasero, pero francamente, es un dolor al que le doy la bienvenida mientras distraiga mi mente de lo que está pasando con mi corazón astillado y hecho añicos.

Me detengo al cerrar mi maleta y la bolsa que guarda el regalo de Zayn atrapa mis ojos, un juego para armar un planeador Blahnik L23, algo para que él construya. Las lágrimas amenazan. Oh, no… momentos más felices, cuando había esperanza de más. Lo saco de la maleta, sabiendo que necesito entregárselo. Rápidamente, rasgo un pedazo de papel de mi cuaderno, garabateo apresuradamente una nota para él y la dejo encima de la caja.

Esto me recordó un momento feliz.
Gracias.
Anastasia.

Me miro en el espejo. Un pálido y obsesionado fantasma me devuelve la mirada. Recojo mi cabello en una cola de caballo e ignoro cuan hinchados están mis párpados por llorar. Mi subconsciente asiente con aprobación. Incluso ella sabe que no tiene que molestarme en este momento. No puedo creer que mi mundo se esté desmoronando a mí alrededor en una estéril pila de cenizas, todas mis esperanzas y sueños cruelmente rotos. No, no tengo que pensar en eso. No ahora, no todavía. Tomando una profunda inhalación, recojo mi maleta y después de poner el juego para armar el planeador y mi nota sobre su almohada, me dirijo hacia el gran salón.
Zayn está al teléfono. Está vestido con pantalones negros y una camiseta. Sus pies están descalzos.

—¡Dijo qué! —Grita, haciéndome saltar— Bueno, podría habernos dicho la maldita verdad. Cuál es su número, tengo que llamarlo… Bueno, esta es una verdadera mierda. —Levanta la vista y no saca sus oscuros y enfadados ojos de mí— Encuéntrala —dice de golpe y aprieta el botón para cortar.

Camino hacia el sillón y recojo mi mochila, haciendo mi mayor esfuerzo para ignorarlo. Saco la Mac y camino de regreso hacia la cocina, poniéndola cuidadosamente sobre la barra del desayuno, con la Blackberry y las llaves del auto. Cuando me giro para encararlo, está mirándome fijamente, estupefacto de horror.

—Necesito el dinero que Taylor consiguió por mi Beetle. —Mi voz es clara y calmada, desprovista de emoción… extraordinario.

—Anastasia, no quiero esas cosas, son tuyas —dice con incredulidad—. Por favor, llévatelas.

—No Zayn, sólo las acepté a regañadientes y ya no las quiero.

—Anastasia, sé razonable —me regaña, incluso ahora.

—No quiero nada que me recuerde a ti. Sólo necesito el dinero que Taylor consiguió por mi coche. —Mi voz es bastante monótona.

Jadea.

—¿Estás tratando de herirme?

—No. —Lo miro frunciendo el ceño. Desde luego que no… te amo—. No lo hago por eso. Estoy tratando de protegerme —susurro. Porque no me quieres de la manera en que yo te quiero.

—Por favor, Anastasia, toma esas cosas.

—Zayn, no quiero pelear, sólo necesito el dinero.

Entrecierra sus ojos, pero ya no me intimida. Bueno, sólo un poco. Le devuelvo la mirada impasiblemente, sin parpadear o echarme hacia atrás.

—¿Aceptarás un cheque? —dice ácidamente.

—Sí. Creo que eres bueno para esos.

No sonríe, sólo gira sobre sus talones y entra enfadadamente a su estudio. Doy una última mirada prolongada por su apartamento, el arte en las paredes, todo abstracto, sereno, tranquilo… incluso frío. Encaja, pienso ausentemente. Mis ojos se desvían hacia el piano. Dios, si hubiera mantenido mi boca cerrada, hubiéramos hecho el amor sobre el piano. No, follado, me hubiera follado sobre el piano.
Bueno, yo hubiera hecho el amor. El pensamiento yace pesado y triste en mi mente. Nunca me había hecho el amor, ¿o sí? Siempre había sido follar para él.

Zayn vuelve y me pasa un sobre.

—Taylor consiguió un buen precio. Es un auto clásico. Puedes preguntarle. Te llevará a casa.

Señala con la cabeza por sobre mi hombro. Me doy la vuelta y Taylor está de pie en el marco de la puerta, usando su traje, tan impecable como siempre.

—Está bien, puedo irme sola a casa, gracias.

Me giro para mirar a Zayn y veo la furia apenas contenida en sus ojos.

—¿Vas a desafiarme en cada momento?

—¿Por qué cambiar un hábito de toda la vida? —Le doy un pequeño encogimiento de hombros a modo de disculpa.

Cierra sus ojos con frustración y pasa la mano por su cabello.

—Por favor, Anastasia, deja que Taylor te lleve a casa.

—Iré a buscar el automóvil, señorita Steele —anuncia Taylor autoritariamente.

Zayn asiente en su dirección y cuando me doy la vuelta, Taylor se ha ido.
Me giro para enfrentar a Zayn. Estamos a poco más de un metro de distancia. Da un paso hacia adelante e instintivamente, doy un paso hacia atrás. Se detiene y la angustia en su expresión es palpable, sus ojos mieles ardiendo.

—No quiero que te vayas —murmura, su voz llena de anhelo.

—No puedo quedarme. Sé lo que quiero y no puedes dármelo y tampoco puedo darte lo que tú necesitas.

Avanza otro paso y levanto mis manos.

—No, por favor. —Me alejo de un salto de él. No hay forma de que pueda tolerar su toque ahora, me mataría— No puedo hacer esto.

Tomando mi maleta y mi mochila, me dirijo al recibidor. Me sigue, manteniendo una cuidadosa distancia. Presiono el botón del ascensor y la puerta se abre. Me subo.

—Adiós, Zayn—murmuro.

—Adiós, Anastasia—dice suavemente y luce total y absolutamente roto, un hombre agonizando de dolor, reflejando cómo me siento por dentro. Alejo mi mirada de él antes que cambie de opinión y trate de consolarlo.

La puerta del ascensor se cierra y me baja con una sacudida hacia las entrañas del sótano y hacia mi infierno personal.
Taylor mantiene la puerta abierta para mí y salto hacia la parte de atrás del coche. Evito el contacto visual.

Vergüenza y humillación pasan sobre mí. Soy un completo fracaso. Había esperado arrastrar a mi Cincuenta Sombras hacia la luz, pero había probado ser una tarea más allá de mis escasas habilidades. Desesperadamente, intento mantener mis emociones guardadas y bajo control. Mientras nos dirigíamos hacia la 4th Avenida, miro ciegamente por la ventana y la enormidad de lo que he hecho lentamente me llega. Lo he dejado. Al único hombre que he amado. Al único hombre con el que me he acostado.

Jadeo, los diques estallan. Lágrimas corren espontánea e inoportunamente por mis mejillas y las seco apresuradamente con mis dedos, escarbando en mi bolso por mis gafas de sol. Cuando nos detenemos en algún semáforo, Taylor sostiene un pañuelo de lino para mí. No dice nada, no mira en mi dirección y lo tomo con agradecimiento.

—Gracias —murmuro y este pequeño acto de discreta amabilidad es lo que me deshace. Me pongo cómoda en los lujosos asientos de cuero y lloro.

El apartamento está dolorosamente vacío y desconocido. No he vivido aquí lo suficiente para que se sienta como un hogar. Me dirijo directamente hacia mi habitación y ahí, colgando sin fuerza al final de mi cama, hay un muy triste globo de helicóptero desinflado. Charlie Tango, luciendo y sintiéndose exactamente como yo. Lo saco furiosamente de la baranda de mi cama, soltando el nudo y lo abrazo. Oh, ¿qué he hecho?
Me dejo caer en mi cama, con zapatos y todo y grito. El dolor es indescriptible… físico… mental… metafísico… está en todos lados, filtrándose en la médula de mis huesos. Dolor. Esto es dolor y lo he traído yo misma. Un desagradable e inesperado pensamiento viene de mi diosa interior, sus labios se curvan en un gruñido: el dolor físico de la hebilla de un cinturón no es nada, nada comparado con esta devastación. Me hago un ovillo, agarrando desesperadamente el desinflado globo de papel aluminio y el pañuelo de Taylor y me entrego al dolor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario