viernes, 10 de mayo de 2013

Capítulo 2

Me levanto tambaleándome un poco e intentando contener los nervios. Cojo mi bolso, dejo el vaso de agua y me dirijo a la puerta entornada.
–No es necesario que llame. Entre directamente –me dice sonriéndome.
Empujo la puerta, tropiezo con mi propio pie y caigo de bruces en el despacho.
Mierda, mierda. Que patosa…Estoy de rodillas y con las manos apoyadas en el suelo en la entrada del despacho del señor Malik, y unas manos amables me rodean para ayudarme a levantarme. Estoy muerta de vergüenza, ¡qué torpe! Tengo que armarme de valor para alzar la vista. Madre mía, qué joven es.
–Señorita Kavanagh –me dice tendiéndome una mano de largos dedos en cuanto me he incorporado–. Soy Zayn Malik. ¿Está bien? ¿Quiere sentarse?
Muy joven. Y atractivo. Alto, con un elegantísimo traje gris, camisa blanca y corbata negra, con un pelo rebelde de color negro y brillantes ojos mieles que me observan atentamente. Necesito un momento para poder articular palabra.
–Bueno, la verdad…
Me callo. Si este tipo tiene más de treinta años, yo soy bombera. Le doy la mano, aturdida, y nos saludamos. Cuando nuestros dedos se tocan, siento un extraño y excitante escalofrío por todo el cuerpo. Retiro la mano a toda prisa, incómoda. Debe de ser electricidad estática. Parpadeo rápidamente, al ritmo de los latidos de mi corazón.
–La señorita Kavanagh esta indispuesta, así que me ha mandado a mí. Espero que no le importe, señor Malik.
–¿Y usted es…?
Su voz es cálida y parece divertido, pero su expresión impasible no me permite asegurarlo. Parece ligeramente interesado, pero sobre todo muy educado.
–Anastasia Steele. Estudio literatura inglesa con Kate…Digo…Katherine…Bueno…La señorita Kavanagh, en la Estatal de Washington.
–Ya veo. Se limita a responderme.
Creo ver el esbozo de una sonrisa en su expresión, pero no estoy segura.
–¿Quiere sentarse? –me pregunta señalándome un sofá blanco de piel en forma de L.
Su despacho es exageradamente grande para una sola persona. Delante de los ventanales panorámicos hay una mesa de madera oscura en la que podrían comer cómodamente seis personas. Hace juego con la mesita junto al sofá. Todo lo demás es blanco. El techo, el suelo y las paredes –excepto la pared de la puerta, en la que treinta y seis cuadros forman una especie de mosaico cuadrado. Son preciosos, una serie de objetos prosaicos e insignificantes, pintados con tanto detalle que parecen fotografías. Pero, colgados juntos en la pared, resultan impresionantes.
–Un artista de aquí. Trouton –me dice el señor Malik cuando se da cuenta de lo que estoy observando.
–Son muy bonitos. Elevan lo cotidiano a la categoría de extraordinario –murmuro distraída, tanto por él como por los cuadros.
Ladea la cabeza y me mira con mucha atención
–No podría estar más de acuerdo, señorita Steele- me contesta en voz baja.
Y por alguna inexplicable razón me ruborizo.
Aparte de los cuadros, el resto del despacho es frío, limpio y aséptico. Me pregunto si refleja la personalidad del Adonis que está sentado con elegancia frente a mí en una silla blanca de piel. Bajo la cabeza, alterada por la dirección que están tomando mis pensamientos, y saco del bolso las preguntas de Kate. Luego preparo la grabadora con tanta torpeza que se me cae dos veces en la mesita. El señor Malik no abre la boca. Aguarda pacientemente –eso espero– y yo me siento cada vez más avergonzada y me pongo más roja. Cuando reúno el valor para mirarlo, está observándome, con una mano encima de la pierna y la otra alrededor de la barbilla y con el largo dedo índice cruzándole los labios. Creo que intenta ahogar una sonrisa.
–Pe…Perdón –balbuceo–. No suelo utilizarla.
–Tómese todo el tiempo que necesite, señorita Steele –me contesta.
–¿Le importa que grabe las respuestas?
–¿Me lo pregunta ahora, después de lo que le ha costado preparar la grabadora?
Me ruborizo. ¿Está bromeando? Eso espero. Parpadeo, no sé qué decir, y creo que se apiada de mí, porque acepta.
-No, no me importa.
–¿Le explicó Kate… digo… la señorita Kavanagh para dónde era la entrevista?
–Sí. Para el último número de este curso de la revista de la facultad, porque yo entregaré los títulos en la ceremonia de graduación de este año.
Vaya. Acabo de enterarme. Y por un momento me preocupa que, alguien no mucho mayor que yo, vale, quizá seis o siete años, y vale, un megatriunfador, pero aun así, me entregue el título. Frunzo el ceño e intento centrar mi caprichosa atención en lo que tengo que hacer.
–Bien –digo tragando saliva–. Tengo algunas preguntas, señor Malik.
Me coloco un mechón de pelo detrás de la oreja.
–Sí, creo que debería preguntarme algo –me contesta inexpresivo.
Esta burlándose de mí, al darme cuenta de ello, me arden las mejillas. Me incorporo un poco y esturo la espalda para parecer más alta e intimidante. Pulso en botón de la grabadora intentado parecer profesional.
–Es usted muy joven para haber amasado este imperio. ¿A qué se debe su éxito?
Le miro y él esboza una sonrisa burlona, pero parece ligeramente decepcionado.
–Los negocios tienen que ver con las personas, señorita Steele, y yo soy muy bueno analizándolas. Sé cómo funcionan, lo que les hace ser mejores, lo que no, lo que las inspira y cómo incentivarlas. Cuento con un equipo excepcional, y les pago bien. –Se calla un instante y me clava su mirada miel–. Creo que para tener éxito en cualquier ámbito hay que dominarlo, conocerlo por dentro y por fuera, conocer cada uno de sus detalles. Trabajo duro, muy duro, para conseguirlo. Tomo decisiones basándome en la lógica y en los hechos. Tengo un instinto innato para reconocer y desarrollar una buena idea, y seleccionar a las personas adecuadas. La base es siempre contar con las personas adecuadas.
–Quizá solo ha tenido suerte.
Este comentario no está en la lista de Kate, pero es que es tan arrogante…Por un momento la sorpresa asoma en sus ojos.
–No creo en la suerte ni en la casualidad, señorita Steele. Cuanto más trabajo, más suerte tengo. Realmente se trata de tener en tu equipo a las personas adecuadas y saber dirigir sus esfuerzos. Creo que fue Harvey Firestone quien dijo que la labor más importante de los directivos es que las personas crezcan y se desarrollen.
–Parece usted un maniático del control.
Las palabras han salido de mi boca antes de que pudiera detenerlas.
–Bueno, lo controlo todo, señorita Steele –me contesta sin el menor rastro de sentido del humor en su sonrisa.
Lo miro y me sostiene la mirada, impasible. Se me dispara el corazón y vuelvo a ruborizarme.


No hay comentarios:

Publicar un comentario