–No es necesario que llame. Entre directamente –me dice sonriéndome.
Empujo la puerta, tropiezo con mi
propio pie y caigo de bruces en el despacho.
Mierda, mierda. Que patosa…Estoy de
rodillas y con las manos apoyadas en el suelo en la entrada del despacho del
señor Malik, y unas manos amables me rodean para ayudarme a levantarme. Estoy
muerta de vergüenza, ¡qué torpe! Tengo que armarme de valor para alzar la
vista. Madre mía, qué joven es.
–Señorita Kavanagh –me dice tendiéndome una mano de largos dedos en cuanto me he
incorporado–. Soy Zayn
Malik. ¿Está bien? ¿Quiere sentarse?
Muy joven. Y atractivo. Alto, con un
elegantísimo traje gris, camisa blanca y corbata negra, con un pelo rebelde de
color negro y brillantes ojos mieles que me observan atentamente. Necesito un
momento para poder articular palabra.
–Bueno, la verdad…
Me callo. Si este tipo tiene más de
treinta años, yo soy bombera. Le doy la mano, aturdida, y nos saludamos. Cuando
nuestros dedos se tocan, siento un extraño y excitante escalofrío por todo el
cuerpo. Retiro la mano a toda prisa, incómoda. Debe de ser electricidad
estática. Parpadeo rápidamente, al ritmo de los latidos de mi corazón.
–La señorita Kavanagh esta indispuesta, así que me ha
mandado a mí. Espero que no le importe, señor Malik.
–¿Y usted es…?
Su voz es cálida y parece divertido,
pero su expresión impasible no me permite asegurarlo. Parece ligeramente
interesado, pero sobre todo muy educado.
–Anastasia Steele. Estudio literatura inglesa con
Kate…Digo…Katherine…Bueno…La señorita Kavanagh, en la Estatal de Washington.
–Ya veo. Se limita a responderme.
Creo ver el esbozo de una sonrisa en
su expresión, pero no estoy segura.
–¿Quiere sentarse? –me pregunta señalándome un sofá blanco de piel en forma de L.
Su despacho es exageradamente grande
para una sola persona. Delante de los ventanales panorámicos hay una mesa de
madera oscura en la que podrían comer cómodamente seis personas. Hace juego con
la mesita junto al sofá. Todo lo demás es blanco. El techo, el suelo y las
paredes –excepto la pared
de la puerta, en la que treinta y seis cuadros forman una especie de mosaico
cuadrado. Son preciosos, una serie de objetos prosaicos e insignificantes,
pintados con tanto detalle que parecen fotografías. Pero, colgados juntos en la
pared, resultan impresionantes.
–Un artista de aquí. Trouton –me dice el señor Malik cuando se da cuenta de lo
que estoy observando.
–Son muy bonitos. Elevan lo cotidiano a la categoría de
extraordinario –murmuro
distraída, tanto por él como por los cuadros.
Ladea la cabeza y me mira con mucha
atención
–No podría estar más de acuerdo, señorita Steele- me
contesta en voz baja.
Y por alguna inexplicable razón me
ruborizo.
Aparte de los cuadros, el resto del
despacho es frío, limpio y aséptico. Me pregunto si refleja la personalidad del
Adonis que está sentado con elegancia frente a mí en una silla blanca de piel.
Bajo la cabeza, alterada por la dirección que están tomando mis pensamientos, y
saco del bolso las preguntas de Kate. Luego preparo la grabadora con tanta
torpeza que se me cae dos veces en la mesita. El señor Malik no abre la boca.
Aguarda pacientemente –eso
espero– y yo me siento
cada vez más avergonzada y me pongo más roja. Cuando reúno el valor para
mirarlo, está observándome, con una mano encima de la pierna y la otra
alrededor de la barbilla y con el largo dedo índice cruzándole los labios. Creo
que intenta ahogar una sonrisa.
–Pe…Perdón –balbuceo–.
No suelo utilizarla.
–Tómese todo el tiempo que necesite, señorita Steele –me contesta.
–¿Le importa que grabe las respuestas?
–¿Me lo pregunta ahora, después de lo que le ha costado
preparar la grabadora?
Me ruborizo. ¿Está bromeando? Eso
espero. Parpadeo, no sé qué decir, y creo que se apiada de mí, porque acepta.
-No, no me importa.
–¿Le explicó Kate… digo… la señorita Kavanagh para dónde
era la entrevista?
–Sí. Para el último número de este curso de la revista
de la facultad, porque yo entregaré los títulos en la ceremonia de graduación
de este año.
Vaya. Acabo de enterarme. Y por un
momento me preocupa que, alguien no mucho mayor que yo, vale, quizá seis o
siete años, y vale, un megatriunfador, pero aun así, me entregue el título.
Frunzo el ceño e intento centrar mi caprichosa atención en lo que tengo que
hacer.
–Bien –digo
tragando saliva–. Tengo
algunas preguntas, señor Malik.
Me coloco un mechón de pelo detrás
de la oreja.
–Sí, creo que debería preguntarme algo –me contesta inexpresivo.
Esta burlándose de mí, al darme
cuenta de ello, me arden las mejillas. Me incorporo un poco y esturo la espalda
para parecer más alta e intimidante. Pulso en botón de la grabadora intentado
parecer profesional.
–Es usted muy joven para haber amasado este imperio. ¿A
qué se debe su éxito?
Le miro y él esboza una sonrisa
burlona, pero parece ligeramente decepcionado.
–Los negocios tienen que ver con las personas, señorita
Steele, y yo soy muy bueno analizándolas. Sé cómo funcionan, lo que les hace
ser mejores, lo que no, lo que las inspira y cómo incentivarlas. Cuento con un
equipo excepcional, y les pago bien. –Se calla un instante y me clava su mirada miel–. Creo que para tener éxito en
cualquier ámbito hay que dominarlo, conocerlo por dentro y por fuera, conocer
cada uno de sus detalles. Trabajo duro, muy duro, para conseguirlo. Tomo
decisiones basándome en la lógica y en los hechos. Tengo un instinto innato para
reconocer y desarrollar una buena idea, y seleccionar a las personas adecuadas.
La base es siempre contar con las personas adecuadas.
–Quizá solo ha tenido suerte.
Este comentario no está en la lista
de Kate, pero es que es tan arrogante…Por un momento la sorpresa asoma en sus
ojos.
–No creo en la suerte ni en la casualidad, señorita
Steele. Cuanto más trabajo, más suerte tengo. Realmente se trata de tener en tu
equipo a las personas adecuadas y saber dirigir sus esfuerzos. Creo que fue
Harvey Firestone quien dijo que la labor más importante de los directivos es
que las personas crezcan y se desarrollen.
–Parece usted un maniático del control.
Las palabras han salido de mi boca
antes de que pudiera detenerlas.
–Bueno, lo controlo todo, señorita Steele –me contesta sin el menor
rastro de sentido del humor en su sonrisa.
Lo miro y me sostiene la mirada, impasible. Se me dispara el corazón y vuelvo a ruborizarme.
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