martes, 14 de mayo de 2013

Capítulo 46.

Puedo ver cómo, en una fracción de segundo, se cierra, cambiando su postura desde una calmada, relajada y en comodidad, a estar la defensiva… incluso enojado. Frunce el ceño, su rostro se ensombrece y su boca se prensa en una línea delgada y dura.

—No, no lo son —suelta, pero no da más detalles. Se pone de pie, extiende la mano hacia mí y me pone sobre mis pies—No me mires así. —Su voz es más fría y gruñona mientras deja ir mi mano.

Me lavo, restriego y miro abajo hacia mis dedos y lo sé, sé que alguien apagó cigarrillos en Zayn. Me siento asqueada.

—¿Ella te hizo eso? —susurro antes de que pueda detenerme.

No dice nada, así que estoy obligada a mirarlo. Él me está mirando.

—¿Ella? ¿La señora Robinson? Ella no es un animal, Anastasia. Por supuesto que no lo hizo. No entiendo por qué sientes que tienes que convertirla en la mala.

Él está de pie allí, desnudo, gloriosamente desnudo, con mi sangre en él... y estamos finalmente teniendo esta conversación. Y estoy desnuda también… ninguno de nosotros tiene dónde esconderse, excepto tal vez, la bañera. Tomo una respiración profunda, me muevo lejos de él y me sumerjo en el agua. Está deliciosamente cálida, suave y profunda. Me fundo en la espuma fragante y levanto la mirada hacia él, escondido entre las burbujas.

—Sólo me pregunto cómo serías si no la hubieras conocido. Si no te hubiera introducido a tu... umm, estilo de vida.

Suspira y se sumerge en la bañera frente a mí, su mandíbula apretada con tensión, sus ojos helados. A medida que sumerge con gracia su cuerpo bajo el agua, es cuidadoso de no tocarme. Por Dios… ¿tanto lo hice enojar?

Me mira impasiblemente, su rostro es ilegible, no dice nada. Una vez más, el silencio se extiende entre nosotros, pero me aferro a mi consejo. Es tu turno Malik… no voy a ceder esta vez. Mi subconsciente está nervioso, ansiosamente mordiéndose las uñas; esto podría ir en cualquier dirección. Zayn y yo nos miramos fijamente el uno al otro, pero no voy a dar marcha atrás. Finalmente, después de lo que parece un milenio, él sacude la cabeza y sonríe.

—Probablemente, si no hubiera sido por la señora Robinson, habría seguido el camino de mi madre biológica.

¡Oh! Parpadeo hacia él. ¿Adicto al crack o prostituto? ¿Posiblemente las dos cosas?

—Ella me amaba de una manera que encontré... aceptable —añade, encogiéndose de hombros.

¿Qué diablos significa eso?

—¿Aceptable? —susurro.

—Sí. —Se me queda mirando fijamente—Ella me distrajo del camino destructivo que estaba siguiendo. Es muy difícil crecer en una familia perfecta cuando no eres perfecto.

Oh no. Mi boca se seca mientras digiero sus palabras. Él me mira con una expresión inescrutable. No va decirme nada más. Que frustrante. Por dentro, estoy tambaleando, suena tan lleno de auto desprecio. Y la señora Robinson lo amaba. ¿Ella todavía lo ama? Me siento como si me hubieran golpeado en el estómago.

—¿Ella todavía te ama?

—No lo creo, no así. —Frunce el ceño como si no hubiese reflexionado al respecto—Te sigo diciendo que fue hace mucho tiempo. Está en el pasado. No puedo cambiarlo aun si quisiera, aunque no quiero. Ella me salvó de mí mismo. —Está exasperado y pasa una mano por su cabello mojado—. Nunca he discutido esto con nadie —hace una pausa—, excepto el Dr. Flynn, por supuesto. Y la única razón por la que estoy hablando de esto ahora, contigo, es porque quiero que confíes en mí.

—Confío en ti, pero quiero conocerte mejor y cuando sea que quiero hablar contigo, me distraes. Hay tanto que quiero saber.

—Oh, por amor de Dios, Anastasia. ¿Qué quieres saber? ¿Qué tengo que hacer? —Sus ojos flamean y aunque no alza la voz, sé que está tratando de controlar su temperamento.

Echo un vistazo rápido a mis manos, claras bajo el agua, ya que las burbujas han comenzado a dispersarse.

—Sólo estoy tratando de entender, eres como un enigma. Diferente de cualquier persona que haya conocido antes. Me alegra que estés diciéndome lo que quiero saber.

Vaya, quizás son los Cosmopolitan que me están haciendo valiente, pero de repente, no puedo soportar la distancia entre nosotros. Me muevo a través del agua a su lado y me apoyo contra él por lo que nos estamos tocando, piel con piel. Se tensa y me mira como si lo fuera a morder. Bueno, ese un cambio de tendencia. Mi diosa interior lo mira tranquila, con especulación sorprendida.

—Por favor, no te molestes conmigo —susurro.

—No estoy molesto contigo, Anastasia. Sólo que no estoy acostumbrado a esta clase de conversación, este sondeo. Sólo tengo esto con el Dr. Flynn y con… —Él se detiene y frunce el ceño.

—Con ella, la señora Robinson. ¿Tú hablas con ella? —Inspiro, tratando de controlar mi propio temperamento.

—Sí, lo hago.

—¿Sobre qué?

Se mueve en la bañera por lo que está frente a mí, haciendo que el agua caiga sobre el suelo. Él pone su brazo sobre mis hombros, descansando en el borde de la bañera.

—¿Persistente, no? —murmura, un rastro de irritación en su voz— De la vida, el universo, negocios. Anastasia, la señora Robinson y yo nos conocemos desde hace mucho. Podemos discutir cualquier cosa.

—¿De mí?

—Sí. —Sus ojos me miran con cuidado.

Muerdo mi labio inferior, tratando de ocultar la repentina ira.

—¿Por qué hablan de mí? —Me esfuerzo por no sonar quejumbrosa y petulante, pero no lo logro. Sé que debería parar. Lo estoy empujando muy lejos. Mi subconsciente tiene su cara de Edvard Munch de nuevo.

—Nunca conocí a alguien como tú, Anastasia.

—¿Qué significa eso? ¿Alguien que no firmara automáticamente tus documentos, sin hacer preguntas?

—Necesitaba un consejo.

—¿Y pides consejos a la señora pedófila? —chasqueo. El control sobre mi temperamento es más dudoso de lo que pensaba.

—Suficiente, Anastasia —chasquea con severidad, entrecerrando los ojos.
Estoy patinando sobre hielo delgado y me dirijo hacia el peligro—. O te pondré sobre mi rodilla. No tengo ningún interés sexual o romántico en ella. Ella es una amiga querida, valiosa y una compañera de negocios. Eso es todo. Tenemos un pasado, una historia compartida, que fue monumentalmente beneficiosa para mí, aunque arruinó su matrimonio, pero esa parte de nuestra relación ha terminado.

Vaya, otra parte que no entiendo. Ella estuvo casada también. ¿Cómo lograron salirse con la suya por tanto tiempo?

—¿Y tus padres nunca lo descubrieron?

—No —gruñe—. Ya te he dicho esto.

Y sé que es todo. No puedo hacerle más preguntas sobre ella porque va a enfadarse conmigo.

—¿Terminaste? —chasquea.

—Por ahora.

Toma una respiración profunda y se relaja visiblemente frente a mí, como si se hubiera quitado un enorme peso de sus hombros o algo así.

—Claro, mi turno —murmura y su mirada se vuelve inflexible, especulativa—. No has respondido a mi correo electrónico.

Me sonrojo. Oh, odio que la atención esté sobre mí y parece que se molestará cada vez que tengamos una discusión. Sacudo mi cabeza. Quizás así es como se siente sobre mis preguntas, no está acostumbrado a que lo desafíen. El pensamiento es revelador, molesto y desconcertante.

—Iba a responder. Pero ahora estás aquí.

—¿Prefieres que no estuviera? —respira, su expresión impasible otra vez.

—No, estoy complacida —murmuro.

—Bien. —Me da una genuina sonrisa de alivio—También estoy complacido de estar aquí, a pesar de tus interrogaciones. Así que, si bien es aceptable interrogarme, ¿crees que puedes reclamar algún tipo de inmunidad diplomática sólo porque he volado hasta aquí para verte? No lo creo, señorita Steele. Quiero saber cómo te sientes.

—Te lo dije. Estoy complacida de que estés aquí. Gracias por venir hasta aquí —le digo débilmente.

—Es mi placer, señorita Steele. —Sus ojos brillan mientras se inclina y me besa suavemente. Siento que respondo automáticamente. El agua todavía está caliente, el baño aún lleno de vapor. Se detiene y retrocede, mirándome.

—No. Creo que, antes de que hagamos algo más, quiero unas respuestas.

¿Más? Ahí está esa palabra otra vez. Y él quiere respuestas… ¿respuestas a qué? No tengo un pasado secreto, no tengo una infancia terrible. ¿Qué podría querer saber acerca de mí que no sepa ya?
Suspiro, resignada.

—¿Qué quieres saber?

—Bueno, cómo te sientes por nuestro potencial arreglo, para empezar.

Parpadeo. Tiempo de verdad o desafío, mi subconsciente y mi diosa interior se miran nerviosamente la una a la otra. Al diablo, vamos por la verdad.

—No creo que pueda hacerlo por un período extenso de tiempo. Un fin de semana siendo alguien que no soy. —Me sonrojo y miro fijamente mis manos.

Levanta mi barbilla y me está sonriendo, divertido.

—No, yo tampoco creo que podrías.

Y una parte de mí se siente un poco ofendida y desafiada.

—¿Te estás riendo de mí?

—Sí, pero en una buena manera —dice con una pequeña sonrisa.

Se inclina y me besa suave, brevemente.

—No eres buena siendo sumisa —respira mientras sostiene mi barbilla, sus ojos bailando con humor.

Lo miro sorprendida, luego estallo en carcajadas y él se une a mí.

—Quizás no tengo un buen profesor.

Resopla.

—Quizás. Tal vez deba ser más estricto contigo. —Él ladea la cabeza hacia un lado y me da una sonrisa astuta.

Trago. Por Dios, no. Pero, al mismo tiempo, mis músculos se aprietan deliciosamente en el interior. Es su manera de mostrarme que le importa. Me doy cuenta que, tal vez, es la única manera en que puede mostrarme que le importa. Está mirándome, midiendo mi reacción.

—¿Fue tan malo cuando te golpeé la primera vez?

Miro hacia él, parpadeando. ¿Fue tan malo? Recuerdo haberme sentido confundida por mi reacción. Dolió, pero no tanto. Él ha dicho una y otra vez que está más que nada en mi cabeza. Y la segunda vez… bueno, esa fue bien… caliente.

—No, no realmente —susurré.

—¿Es más la idea de eso? —apunta.

—Supongo. Sentir placer, cuando no se supone que deba.

—Recuerdo sentir lo mismo. Toma un tiempo encontrarle sentido a eso.

Santos demonios. Eso fue cuando era un niño.

—Siempre puedes decir la palabra, Anastasia. No olvides eso. Y, mientras sigas las reglas, que responden a una necesidad profunda en mí para controlar y para mantenerte a salvo, entonces tal vez podamos encontrar una manera de avanzar.

—¿Por qué necesitas controlarme?

—Porque satisface una necesidad en mí que no conocía en mis años de formación.

—¿Así que es una especie de terapia?

—No había pensado de esa manera, pero sí, supongo que así es.

Esto lo puedo entender. Esto ayudará.

—Pero, un momento dices “no me desafíes” y después, dices que te gustan que te desafíen. Esa es una línea muy fina para tratar con éxito.

Él me mira por un momento y luego frunce el ceño.

—Puedo verlo. Pero pareces estar haciéndolo bien.

—Pero, ¿a qué precio? Estoy atada con nudos aquí.

—Me gustas atada con nudos. —Sonríe con suficiencia.

—¡Eso no es lo que quería decir! —Le lanzo agua, exasperada.

Baja la mirada hacia mí, arqueando una ceja.

—¿Acabas de salpicarme?

—Sí. —… esa mirada.

—Oh, señorita Steele. —Me sujeta y me pone sobre su regazo, tirando agua por todo el suelo— Creo que hemos tenido suficiente conversación por ahora.

Pone sus manos a ambos lados de mi cabeza y me besa. Profundamente. Poseyendo mi boca. Inclinando mi cabeza... controlándome. Gimo contra sus labios. Esto es lo que le gusta. Esto es en lo que es tan bueno. Todo dentro de mí se enciende y mis dedos están en su cabello, sujetándolo y lo estoy besando de vuelta y diciendo “también te deseo” de la única forma en la que sé hacerlo. Gruñe, moviéndome para que esté a horcajadas sobre él, arrodillada sobre él, su erección debajo de mí. Se echa hacia atrás y me mira, sus ojos entrecerrados, brillando y llenos de lujuria. Dejo caer mis manos para sujetarme al borde de la bañera, pero agarra mis muñecas y tira mis brazos detrás de mi espalda, sujetándolos con una mano.

—Te voy a poseer ahora —susurra y me levanta para que esté suspendida en el aire sobre él—. ¿Preparada? —respira.

—Sí —murmuro y me deja caer sobre él, lentamente, exquisitamente lento… llenándome… mirándome mientras me toma.

Gruño, cerrando los ojos y me deleito en la sensación. Él flexiona las caderas y jadeo, inclinándome hacia delante, descansando mi frente contra la suya.

—Por favor, suéltame las manos —susurro.

—No me toques —suplica y liberando mis muñecas, sujeta mis caderas.

Sujetando la cornisa del baño, subo y bajo lentamente, abriendo los ojos para mirarlo. Me está observando. Su boca está ligeramente abierta, su respiración interrumpida, forzada, su lengua entre sus dientes. Luce tan… caliente. Estamos húmedos, resbaladizos y moviéndonos el uno contra el otro. Me inclino hacia abajo y lo beso. Cierra los ojos. Tentativamente, subo mis manos a su cabeza y paso los dedos por su cabello, sin quitar mis labios de su boca. Esto está permitido. Le gusta. Me gusta. Y nos movemos juntos. Tiro de su cabello, inclinando su cabeza hacia atrás y haciendo el beso más profundo, montándolo más rápido, aumentando el ritmo. Gruño contra su boca. Él empieza a levantarme más rápido, más rápido… sujetando mis caderas. Besándome. Somos bocas y lenguas mojadas, cabello enredado y caderas en movimiento. Toda sensación… consumiéndolo todo otra vez. Estoy cerca… estoy empezando a reconocer esta deliciosa tensión… acelerándose. Y el agua… está arremolinándose entre nosotros, nuestro propio remolino, un torbellino conmovedor mientras nuestros movimientos se vuelven más frenéticos… salpicando agua por todas partes, reflejando lo que está pasando dentro de mí… y no me importa.

Amo a este hombre. Amo su pasión, el efecto que tengo en él. Amo que haya volado tan lejos para verme. Amo que se preocupe por mí… que le importe. Es tan inesperado, tan satisfactorio. Es mío y yo suya.

—Eso está bien, nena —respira.

Y me vengo, el orgasmo rasgando a través de mí, un turbulento, pasional apogeo que me devora entera. Y de repente, Zayn me aplasta contra él… sus brazos envueltos alrededor de mi espalda mientras encuentra su liberación.

—¡Anastasia, nena! —grita y es una invocación salvaje, conmoviendo y tocando las profundidades de mi alma.

Yacemos, mirándonos el uno al otro fijamente, cara a cara, en la cama súper king, los dos abrazando nuestras almohadas delante de nosotros. Desnudos. Sin tocarnos. Sólo mirando y admirando, tapados por la sábana.

—¿Quieres dormir? —pregunta Zayn, su voz suave. Es hermoso; la mezcla de colores en su cabello vívido contra la funda de algodón egipcio de la almohada, ojos mieles, provocativos y expresivos. Luce preocupado.

—No. No estoy cansada. —Me siento extrañamente llena de energía. Ha sido tan bueno hablar que no quiero parar.

—¿Qué quieres hacer? —pregunta.

—Hablar.

Sonríe.

—¿Sobre qué?

—Cosas.

—¿Qué cosas?

—Tú.

—¿Qué sobre mí?

—¿Cuál es tu película favorita?

Sonríe.

—Hoy, es El Piano.

Su sonrisa es contagiosa.

—Claro. Tonta de mí. Una música triste y apasionante, ¿que sin duda puedes tocar? Tantos logros, señor Malik.

—Y el mayor de ellos eres tú, señorita Steele.

—Así que soy la número diecisiete.

Frunce el ceño sin comprender.

—¿Diecisiete?

—Número de mujeres con las que has umm...… tenido sexo.

Sus labios se curvan hacia arriba, sus ojos brillando con incredulidad.

—No exactamente.

—Dijiste quince. —Mi confusión es obvia.

—Me estaba refiriendo al número de mujeres en mi cuarto de juego. Pensé que era a lo que te referías. No me preguntaste con cuántas mujeres he tenido sexo.

—Oh. —…hay más… ¿Cómo? Lo miro boquiabierta— ¿Vainilla?

—No. Tú eres mi única conquista vainilla. —Sacude la cabeza, todavía sonriéndome.

¿Por qué encuentra esto divertido? ¿Y por qué le estoy sonriendo como una idiota?

—No te puedo dar un número. No hago cortes en el poste de la cama o algo así.

—¿De cuántas estamos hablando? ¿Decenas, cientos… miles? —Mis ojos se vuelven más salvajes a medida que los números se hacen más grandes.

—Decenas. Estamos en las decenas, por desgracia.

—¿Todas sumisas?

—Sí.

—Deja de sonreírme —lo regaño suavemente, intentando y fallando en mantener un rostro serio.

—No puedo. Eres divertida.

—¿Divertida peculiar o divertida graciosa?

—Creo que un poco de los dos. —Sus palabras reflejan las mías.

—Eso es un condenado descaro, viniendo de ti.

Se inclina hacia mí y besa la punta de mi nariz.

—Esto te impactará, Anastasia. ¿Preparada?

Asiento, con los ojos muy abiertos, todavía con la sonrisa *idiota* en mi rostro.

—Todas sumisas en prácticas, cuando yo estaba practicando. Hay sitios en Seattle y sus alrededores donde uno puede ir y practicar. Aprender a hacer lo que yo hago —dice.

¿Qué?

—Oh. —Parpadeo.

—Sip, he pagado por sexo, Anastasia.

—Eso no es algo por lo que estar orgulloso —refunfuño con arrogancia— Y tienes razón… estoy profundamente impactada. Y frustrada porque no te puedo impactar.

—Usaste mi ropa interior.

—¿Eso te impactó?

—Sí. —Mi diosa interior salta con caña sobre la barra de los cuatro metros y medio.

—No usaste bragas para conocer a mis padres.

—¿Eso te impactó?

—Sí.

Dios, la barra se ha movido a casi cinco metros.

—Parece que sólo te puedo impactar en la sección de ropa interior.

—Me dijiste que eras virgen. Ésa fue la mayor conmoción que he tenido alguna vez.

—Sí, tu rostro era de fotografía, un momento Kodak. —Reí tontamente.

—Me dejaste golpearte con una fusta.

—¿Eso te impactó?

—Sep.

Sonrío.

—Bueno, puede que te deje hacerlo otra vez.

—Oh, lo espero, señorita Steele. ¿Este fin de semana?

—Vale —acuerdo, tímidamente.

—¿Vale?

—Sí. Iré al Salón Rojo del Dolor otra vez.

—Dices mi nombre.

—¿Eso te impacta?

—El hecho de que me guste me impacta.

—Zayn.

Sonríe.

—Quiero hacer algo mañana. —Sus ojos brillan con excitación.

—¿Qué?

—Una sorpresa. Para ti. —Su voz es baja y suave.

Levanto una ceja y sofoco un bostezo al mismo tiempo.

—¿La estoy aburriendo, señorita Steele? —Su tono es sardónico.

—Nunca.

Se inclina hacia mí y me besa suavemente en los labios.

—Duerme —ordena, después, apaga la luz.

Y en este silencioso momento, mientras cierro los ojos, agotada y saciada, pienso que estoy en el ojo del huracán. Y a pesar de todo lo que ha dicho y de lo que no ha dicho, no creo que haya sido nunca tan feliz

No hay comentarios:

Publicar un comentario