viernes, 10 de mayo de 2013

Capítulo 1

Me miro en el espero y frunzo el ceño, frustrada. Qué asco de pelo. No hay manera con él. Y maldita sea Katherine Kavanagh, que se ha puesto enferma y me ha metido en este lío. Tendría que estar estudiando para los exámenes finales, que son la semana que viene, pero aquí estoy, intentando hacer algo con mi pelo. No debo meterme en la cama con el pelo mojado. Recito varias veces este mantra mientras intento una vez más controlarlo con el cepillo. Me desespero, pongo los ojos en blanco, después observo a la chica pálida, de pelo castaño y ojos azules exageradamente grandes que me mira, y me rindo. Mi única opción es recogerme este pelo rebelde en una coleta y confiar en estar media presentable.
Kate es mi compañera de piso, y ha tenido que pillar un resfriado precisamente hoy. Por eso no puede ir a la entrevista que había concertado para la revista de la facultad con un megaempresario de que yo nunca había oído hablar. Así que va a tocarme a mí. Tengo que estudiar para los exámenes finales, tengo que terminar un trabajo y se suponía que a eso iba a dedicarme esta tarde, pero no. Lo que voy a hacer esta tarde es conducir más de doscientos kilómetros hasta el centro de Seattle para reunirme con el enigmático presidente de Malik Enterprise Holdings, Inc. Como empresario excepcional y principal mecenas de nuestra universidad, su tiempo es extraordinariamente valioso- mucho más que le mío- pero ha concedido una entrevista a Kate. Un bombazo, según ella. Malditas sean sus actividades extraacadémicas.
Kate está acurrucada en el sofá del salón.
–Ana, lo siento. Tardé nueve meses en conseguir esta entrevista. Si pido que me cambien el día, tendré que esperar otros seis meses, y para entonces las dos estaremos graduadas. Soy la responsable de la revista, así que no puedo echarlo todo a perder. Por favor…-me suplica Kate con voz ronca por el resfriado.
¿Cómo lo hace? Incluso enferma esta guapísima, realmente atractiva, con su pelo rubio rojizo perfectamente peinado y sus brillantes ojos verdes, aunque ahora los tiene rojos y llorosos. Paso por alto la inoportuna punzada de lástima que me inspira.
–Claro que iré, Kate. Vuelve a la cama. ¿Quieres una aspirina o un paracetamol?
–Un paracetamol, por favor. Aquí tienes las preguntas y la grabadora. Solo tienes que apretar aquí. Y tomas notas. Luego ya lo transcribiré todo.
–No sé nada de él- murmuro intentando en vano reprimir el pánico, que es cada vez mayor.
–Te harás una idea por las preguntas. Sal ya. El viaje es largo. No quiero que llegues tarde.
–Vale, me voy. Vuelve a la cama. Te he preparado una sopa para que te la calientes después.
La miro con cariño. Solo haría algo así por ti, Kate.
–Sí, lo haré. Suerte. Y gracias, Ana. Me has salvado la vida, para variar.
Cojo el bolso, le lanzo una sonrisa y me dirijo al coche. No puedo creerme que me haya dejado convencer, pero Kate es capaz de convencer a cualquiera de lo que sea. Será una excelente periodista. Sabe expresarse y discutir, es fuerte, convincente y guapa. Y es mi mejor amiga.
Apenas hay tráfico cuando salgo de Vancouver, Washington, en dirección a la interestatal 5. Es temprano y no tengo que estar en Seattle hasta las dos del mediodía. Por suerte, Kate me ha dejado su Mercedes CLK. No tengo nada claro que pudiera llegar a tiempo con Wanda, mi viejo Volkswagen Escarabajo. Conducir el Mercedes es muy agradable. Piso con fuerza el acelerador, y los kilómetros pasan volando.
Me dirijo a la sede principal de la multinacional del señor Malik, un enorme edificio de veinte plantas, una fantasía arquitectónica, todo de vidrio y acero, y con las palabras MALIK HOUSE en un discreto tono metálico con las puntas acristaladas en la entrada. Son las dos menos cuarto cuando llego. Entro en el inmenso –y francamente intimidante– vestíbulo de vidrio, acero y piedra blanca, muy aliviada por no haber llegado tarde.
Desde el otro lado de un sólido mostrador de piedra me sonríe amablemente una chica rubia, atractiva y muy arreglada. Lleva la americana gris oscura y la falda blanca más elegantes que he visto jamás. Esta impecable.
–Vengo a ver al señor Malik. Anastasia Steele, de parte de Katherine Kavanagh.
–Discúlpeme un momento señorita Steele –me dice alzando las celas.
Espero tímidamente frente a ella. Empiezo a pensar que debería haberme puesto una americana de vestir de Kate en lugar de mi chaqueta azul marino. He hecho un esfuerzo y me he puesto la única falda que tengo, mis cómodas botas marrones hasta la rodilla y un jersey azul. Para mí ya es ir elegante. Me paso por detrás de la oreja un mechón de pelo que se me ha soltado de la coleta fingiendo no sentirme intimidada.
–Sí, tiene cita con la señorita Kavanagh. Firme aquí, por favor, señorita Steele. El ultimo ascensor de la derecha, planta 20.
Me sonríe amablemente, sin duda divertida, mientras firmo.
Me tiende un pase de seguridad que tiene impresa la palabra VISITANTE. No puedo evitar sonreír. Es obvio que solo estoy de visita. Desentono completamente. No pasa nada, suspiro para mis adentros. Le doy las gracias y me dirijo hacia los ascensores, más allá de los dos vigilantes, ambos mucho más elegantes que yo con su traje negro de corte perfecto.
El ascensor me traslada a la planta 20 a una velocidad de vértigo. Las puertas se abren y salgo a otro gran vestíbulo, también de vidrio, acero y piedra blanca. Me acerco a otro mostrador de piedra y me saluda otra chica rubia vestida impecablemente de blanco y negro.
–Señorita Steele, ¿puede esperar aquí, por favor? –me pregunta señalándome una zona de asientos de piel de color blanco.
Detrás de los asientos de piel hay una gran sala de reuniones con las paredes de vidrio, una mesa de madera oscura, también grande, y al menos veinte sillas a juego. Más allá, un ventanal desde el suelo hasta el techo que ofrece una vista de Seattle hacia el Sound. La vista es tan impactante que me quedo momentáneamente paralizada. Uau.
Me siento, saco las preguntas del bolso y les hecho un vistazo maldiciendo por dentro a Kate por no haberme pasado una breve biografía. No sé nada del hombre al que voy a entrevistar. Podría tener tanto noventa años como treinta. La inseguridad me mortifica y, como estoy nerviosa, no paro de moverme. Nunca me he sentido cómoda en las entrevistas cara a cara. Prefiero el anonimato de una charla en grupo, en la que puedo sentarme al fondo de la sala y pasar inadvertida. Para ser sincera, lo que me gusta es estar sola, acurrucada en una silla de la biblioteca del campus universitario leyendo una buena novela inglesa, y no removiéndome en el sillón de un enorme edificio de vidrio y piedra.
Suspiro, contrólate, Steele. A juzgar por el edificio, demasiado aséptico y moderno, supongo que Malik tendrá unos cuarenta años. Un tipo que se mantiene en forma, bronceado y rubio, a juego con el resto del personal.
De una gran puerta a la derecha sale otra rubia elegante, impecablemente vestida. ¿De dónde sale tanta rubia inmaculada? Parece que las fabriquen en serie. Respiro hondo y me levanto.
–¿Señorita Steele? –me pregunta la última rubia.
–Si –le contesto con voz ronca y carraspeo– Si –repito, esta vez en un tono algo más seguro.
–El señor Malik la recibirá enseguida. ¿Quiere dejarme la chaqueta?
–Sí, gracias –le contesto intentando con torpeza quitarme la chaqueta.
–¿Le han ofrecido algo de beber?
–Pues…No.
Vaya, ¿estaré metiendo en problemas a la rubia número uno?
La rubia numero dos frunce el ceño y lanza una mirada a la chica del mostrador.
–¿Quiere un té, café, agua? –me pregunta volviéndose de nuevo hacia mí.
–Un vaso de agua, gracias –le contesto en un murmullo.
–Olivia, tráele a la señorita Steele un vaso de agua, por favor –dice con tono serio.
Olivia sale corriendo de inmediato y desaparece detrás de una puerta al otro lado del vestíbulo
–Le ruego que me disculpe, señorita Steele. Olivia es nuestra nueva empleada en prácticas. Por favor, siéntese. El señor Malik la atenderá en cinco minutos.
Olivia vuelve con un vaso de agua muy fría.
–Aquí tienes, señorita Steele.
–Gracias.
La rubia numero dos se dirige al enorme mostrador. Sus tacones resuenan en el suelo de piedra. Se sienta y ambas siguen trabajando.
Quizá el señor Malik insista en que todos sus empleados sean rubios. Estoy distraída, preguntándome si eso es legal, cuando la puerta del despacho se abre y sale un afroamericano alto y atractivo, con el pelo rizado y vestido con elegancia. Está claro que no podría haber elegido peor mi ropa.
Se vuelve hacia la puerta.
–Malik, ¿jugamos al golf esta semana?
No oigo la respuesta, el afroamericano me ve y sonríe. Se le arrugan las comisuras de los ojos. Olivia se ha levantado de un salto para ir a llamar al ascensor. Parece que destaca en eso de pegar saltos de la silla. Esta más nerviosa que yo.
–Buenas tardes, señoritas –dice el afroamericano metiéndose en el ascensor.
El señor Malik la recibirá ahora, señorita Steele. Puede pasar –me dice la rubia número dos.

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