Kate es mi compañera de piso, y ha tenido que pillar
un resfriado precisamente hoy. Por eso no puede ir a la entrevista que había
concertado para la revista de la facultad con un megaempresario de que yo nunca
había oído hablar. Así que va a tocarme a mí. Tengo que estudiar para los exámenes
finales, tengo que terminar un trabajo y se suponía que a eso iba a dedicarme
esta tarde, pero no. Lo que voy a hacer esta tarde es conducir más de
doscientos kilómetros hasta el centro de Seattle para reunirme con el
enigmático presidente de Malik Enterprise Holdings, Inc. Como empresario
excepcional y principal mecenas de nuestra universidad, su tiempo es
extraordinariamente valioso- mucho más que le mío- pero ha concedido una
entrevista a Kate. Un bombazo, según ella. Malditas sean sus actividades extraacadémicas.
Kate está acurrucada en el sofá del salón.
–Ana, lo siento. Tardé
nueve meses en conseguir esta entrevista. Si pido que me cambien el día, tendré
que esperar otros seis meses, y para entonces las dos estaremos graduadas. Soy
la responsable de la revista, así que no puedo echarlo todo a perder. Por
favor…-me suplica Kate con voz ronca por el resfriado.
¿Cómo lo hace? Incluso enferma esta guapísima,
realmente atractiva, con su pelo rubio rojizo perfectamente peinado y sus
brillantes ojos verdes, aunque ahora los tiene rojos y llorosos. Paso por alto
la inoportuna punzada de lástima que me inspira.
–Claro que iré, Kate.
Vuelve a la cama. ¿Quieres una aspirina o un paracetamol?
–Un paracetamol, por
favor. Aquí tienes las preguntas y la grabadora. Solo tienes que apretar aquí.
Y tomas notas. Luego ya lo transcribiré todo.
–No sé nada de él- murmuro
intentando en vano reprimir el pánico, que es cada vez mayor.
–Te harás una idea por las
preguntas. Sal ya. El viaje es largo. No quiero que llegues tarde.
–Vale, me voy. Vuelve a la
cama. Te he preparado una sopa para que te la calientes después.
La miro con cariño. Solo haría algo así por ti, Kate.
–Sí, lo haré. Suerte. Y
gracias, Ana. Me has salvado la vida, para variar.
Cojo el bolso, le lanzo una sonrisa y me dirijo al
coche. No puedo creerme que me haya dejado convencer, pero Kate es capaz de
convencer a cualquiera de lo que sea. Será una excelente periodista. Sabe
expresarse y discutir, es fuerte, convincente y guapa. Y es mi mejor amiga.
Apenas hay tráfico cuando salgo de Vancouver,
Washington, en dirección a la interestatal 5. Es temprano y no tengo que estar
en Seattle hasta las dos del mediodía. Por suerte, Kate me ha dejado su
Mercedes CLK. No tengo nada claro que pudiera llegar a tiempo con Wanda, mi
viejo Volkswagen Escarabajo. Conducir el Mercedes es muy agradable. Piso con
fuerza el acelerador, y los kilómetros pasan volando.
Me dirijo a la sede principal de la multinacional del
señor Malik, un enorme edificio de veinte plantas, una fantasía arquitectónica,
todo de vidrio y acero, y con las palabras MALIK HOUSE en un discreto tono
metálico con las puntas acristaladas en la entrada. Son las dos menos cuarto
cuando llego. Entro en el inmenso –y
francamente intimidante–
vestíbulo de vidrio, acero y piedra blanca, muy aliviada por no haber llegado
tarde.
Desde el otro lado de un sólido mostrador de piedra me
sonríe amablemente una chica rubia, atractiva y muy arreglada. Lleva la
americana gris oscura y la falda blanca más elegantes que he visto jamás. Esta
impecable.
–Vengo a ver al señor
Malik. Anastasia Steele, de parte de Katherine Kavanagh.
–Discúlpeme un momento
señorita Steele –me dice
alzando las celas.
Espero tímidamente frente a ella. Empiezo a pensar que
debería haberme puesto una americana de vestir de Kate en lugar de mi chaqueta
azul marino. He hecho un esfuerzo y me he puesto la única falda que tengo, mis
cómodas botas marrones hasta la rodilla y un jersey azul. Para mí ya es ir
elegante. Me paso por detrás de la oreja un mechón de pelo que se me ha soltado
de la coleta fingiendo no sentirme intimidada.
–Sí, tiene cita con la
señorita Kavanagh. Firme aquí, por favor, señorita Steele. El ultimo ascensor
de la derecha, planta 20.
Me sonríe amablemente, sin duda divertida, mientras
firmo.
Me tiende un pase de seguridad que tiene impresa la
palabra VISITANTE. No puedo evitar sonreír. Es obvio que solo estoy de visita.
Desentono completamente. No pasa nada, suspiro para mis adentros. Le doy las
gracias y me dirijo hacia los ascensores, más allá de los dos vigilantes, ambos
mucho más elegantes que yo con su traje negro de corte perfecto.
El ascensor me traslada a la planta 20 a una velocidad
de vértigo. Las puertas se abren y salgo a otro gran vestíbulo, también de
vidrio, acero y piedra blanca. Me acerco a otro mostrador de piedra y me saluda
otra chica rubia vestida impecablemente de blanco y negro.
–Señorita Steele, ¿puede
esperar aquí, por favor? –me
pregunta señalándome una zona de asientos de piel de color blanco.
Detrás de los asientos de piel hay una gran sala de
reuniones con las paredes de vidrio, una mesa de madera oscura, también grande,
y al menos veinte sillas a juego. Más allá, un ventanal desde el suelo hasta el
techo que ofrece una vista de Seattle hacia el Sound. La vista es tan impactante
que me quedo momentáneamente paralizada. Uau.
Me siento, saco las preguntas del bolso y les hecho un
vistazo maldiciendo por dentro a Kate por no haberme pasado una breve
biografía. No sé nada del hombre al que voy a entrevistar. Podría tener tanto
noventa años como treinta. La inseguridad me mortifica y, como estoy nerviosa,
no paro de moverme. Nunca me he sentido cómoda en las entrevistas cara a cara.
Prefiero el anonimato de una charla en grupo, en la que puedo sentarme al fondo
de la sala y pasar inadvertida. Para ser sincera, lo que me gusta es estar
sola, acurrucada en una silla de la biblioteca del campus universitario leyendo
una buena novela inglesa, y no removiéndome en el sillón de un enorme edificio
de vidrio y piedra.
Suspiro, contrólate, Steele. A juzgar por el edificio,
demasiado aséptico y moderno, supongo que Malik tendrá unos cuarenta años. Un
tipo que se mantiene en forma, bronceado y rubio, a juego con el resto del
personal.
De una gran puerta a la derecha sale otra rubia
elegante, impecablemente vestida. ¿De dónde sale tanta rubia inmaculada? Parece
que las fabriquen en serie. Respiro hondo y me levanto.
–¿Señorita Steele? –me pregunta la última rubia.
–Si –le contesto con voz ronca y carraspeo– Si –repito,
esta vez en un tono algo más seguro.
–El señor Malik la
recibirá enseguida. ¿Quiere dejarme la chaqueta?
–Sí, gracias –le contesto intentando con torpeza quitarme la
chaqueta.
–¿Le han ofrecido algo de
beber?
–Pues…No.
Vaya, ¿estaré metiendo en problemas a la rubia número
uno?
La rubia numero dos frunce el ceño y lanza una mirada
a la chica del mostrador.
–¿Quiere un té, café,
agua? –me pregunta volviéndose
de nuevo hacia mí.
–Un vaso de agua, gracias –le contesto en un murmullo.
–Olivia, tráele a la
señorita Steele un vaso de agua, por favor –dice
con tono serio.
Olivia sale corriendo de inmediato y desaparece detrás
de una puerta al otro lado del vestíbulo
–Le ruego que me disculpe,
señorita Steele. Olivia es nuestra nueva empleada en prácticas. Por favor,
siéntese. El señor Malik la atenderá en cinco minutos.
Olivia vuelve con un vaso de agua muy fría.
–Aquí tienes, señorita
Steele.
–Gracias.
La rubia numero dos se dirige al enorme mostrador. Sus
tacones resuenan en el suelo de piedra. Se sienta y ambas siguen trabajando.
Quizá el señor Malik insista en que todos sus
empleados sean rubios. Estoy distraída, preguntándome si eso es legal, cuando
la puerta del despacho se abre y sale un afroamericano alto y atractivo, con el
pelo rizado y vestido con elegancia. Está claro que no podría haber elegido
peor mi ropa.
Se vuelve hacia la puerta.
–Malik, ¿jugamos al golf
esta semana?
No oigo la respuesta, el afroamericano me ve y sonríe.
Se le arrugan las comisuras de los ojos. Olivia se ha levantado de un salto
para ir a llamar al ascensor. Parece que destaca en eso de pegar saltos de la
silla. Esta más nerviosa que yo.
–Buenas tardes, señoritas –dice el afroamericano metiéndose en el ascensor.
–El señor Malik la recibirá ahora, señorita Steele.
Puede pasar –me dice la
rubia número dos.
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